
¡Me agotan! ¡Esta familia mía despedaza mi paciencia! Tradición, normas, responsabilidades… Sieeempre el mismo discurso, sieeempre la misma regañina, sieeempre esos odiosos aires suyos de superioridad. Muy joven ─dicen ellos que soy─ demasiado joven e inexperta todavía para comprender la importancia inmensa de nuestros ritos, de nuestras costumbres, de nuestros blablabla… ¡Ja! ¡Si supieran! No entienden nada. Mucha clarividencia, mucha perspicacia pero… nada de nada. Ni lo intentan, vaya. Y lo peor es que ni siquiera me escuchan, ¡maldita sea! Habitan un mundo inexistente. Un edén de fantasía. Un paraíso que se extingue bajo sus pies y no se dan cuenta. ¡Qué ciegos están! Traición, llamaron a mi feliz innovación ¡Traición! Y de inmediato mi varita y mis hechizos requisaron. Castigada como una criatura, ¡qué vergüenza! Los tiempos cambian y también nosotros habremos de cambiar algo con ellos, digo yo. Y, sí, por supuesto, reconozco que mucho más romántico, más adorable y cautivador, quizás, resulte transformar ratones y calabazas en carruajes y zapatos de cristal pero las niñas de hoy en día ya no sueñan ser princesas y gracias a mi (¿imprudente?) picardía, mirad cuan radiante y orgullosa conduce ahora Cenicienta su ferrari por toda la ciudad.
