
Habitan la frontera de un sueño. Son los duendes… Pequeñitos, descarados, tan burlones… Susurran travesuras al oído del viento y al amanecer se desvanecen raudos como estrellas fugaces. Así fueron siempre las reglas de la magia. Hasta que embrujado por un sol de fuego que despertaba radiante entre nubes de algodón, un duendecito rezagado rompió el hechizo. Atrapado en el mundo de los hombres creció y olvidó su magia y sólo en sueños, que de inmediato olvida al despertar, logra atravesar por un momento el umbral entre ambos mundos. Un destello de felicidad ilumina entonces su rostro. Polvo de hadas. Alegría en el alma. Ecos de eternidad…

