
Nieva. La noche cae sobre la ciudad. Ningún astro brilla en el cielo y la temprana oscuridad del invierno todo lo invade. Una atmósfera húmeda y fría sin piedad hiela el mundo con su soplo glacial.
Por las calles nevadas un hombre, apenas un fantasma, camina. Cabizbajo y lento, triste boceto de sí mismo, abotonado hasta el cuello el chaquetón, solapas levantadas, surcos en la frente, cicatrices en el alma…
Solo a las sombras confía su pena y a la gélida noche un chispazo de luz implora en ocasiones sin quererlo.
Engullen sus pasos las aceras: indiferentes, solitarias, blanquísimas. Hasta que de pronto algo quiebra el silencio y se detiene. Agita la cabeza. Intenta una sonrisa.
El eco lejano de un rumor de campanillas ─notas perdidas de una sinfonía hace ya mucho olvidada─, el gemir del viento ha llevado a sus oídos en sus ráfagas.
Navidad. Es Navidad, con asombro este hombre sin nombre advierte de pronto. Y recuerda…
Tras los cristales empañados de algunos balcones, caldeados hogares ahora adivina y la memoria de otro tiempo de antiguas lágrimas y melancolía infinita sus ojos grises desborda de ternura.
Abandonado en un mundo inmenso y oscuro, un corazón desengañado y por amor herido, atisba un instante la felicidad y prosigue su camino.
Este relato aparece publicado en el nº 7 (diciembre 2018) de la Revista Papenfuss.

