El corazón de la magia

 

Cada fracaso enseña al hombre algo que necesitaba aprender

Charles  Dickens

Todo estaba preparado. La convención de magos iba a comenzar. Cada año, el pequeño pueblo de Brumavieja acogía el certamen de magia más importante de la región. El más esperado también. Durante tres días, sus calles se llenaban de destellos violeta, el sabor de la sopa que servían las posadas cambiaba a cada cucharada y un aroma a pergamino y pociones milenarias impregnaba el aire. Ningún brujo de renombre faltaba a la cita: magos de túnicas formidables, hechiceras de mirada severa, alquimistas de mente inquieta, entre quienes de cuando en cuando se mezclaban aprendices o ilusionistas con aires de grandeza.

Así, entre tan ilustres asistentes, había en aquella ocasión un joven llamado Noah, más conocido en el mundillo por Noah el Torpe. El apodo lo mortificaba porque él no era un mal mago, al contrario: tenía imaginación y un entusiasmo contagioso, pero… Bueno, por algún motivo sus hechizos nunca salían como debían. Si invocaba un ave fénix aparecía un pollo desplumado, si pretendía hacer levitar una pluma los gatos salían volando, si soplaba polvos mágicos sobre un encantamiento las flores perdían sus pétalos. Pequeños desastres que no lo desanimaban. Convertirse en un gran mago era su sueño y algún día lo iba a conseguir. «De los errores se aprende», era el lema que murmuraba en silencio una y otra vez, inasequible al desaliento. Tropezar era inevitable y él nunca se rendía. Si metía la pata reparaba el estropicio y listo. La magia era algo extraordinario y por eso tan difícil de controlar, había que tenerlo en cuenta.

 Pero esta vez todo iba a ser diferente. Se sentía lleno de confianza, dispuesto a sorprender al jurado con sus trucos. Ese año los iba a dejar boquiabiertos, pensó con su libro de notas en las manos (escritas, por supuesto, del revés) y una sonrisilla traviesa entre los labios, al inscribirse en el desafío de magia que era el acto central de las celebraciones.

El día del concurso con una plaza repleta hasta los topes, los magos más poderosos realizaron su espectáculo: dragones de luz, vientos parlantes, constelaciones ignotas que teñían el cielo de color. Hasta que, al fin…

─ Adelante, Noah ─marcó su turno el Maestro de Ceremonias.

El muchacho respiró hondo sin hacer caso a la carcajada del público al escuchar su nombre y se preparó para la actuación que tanto había practicado.

─ Mi hechizo es sencillo pero hermoso ─se dirigió al jurado antes de proceder al conjuro─. Haré florecer este árbol seco ─continuó señalando el tronco de un abeto huérfano de ramas─. Quizá les parezca poca cosa pero piensen que en el fondo es un acto lleno de esperanza.

Levantó su varita, musitó unas palabras y un chispazo de luz salió disparado de la punta de su estrella con la fuerza de un rayo. Hubo un instante de silencio, la tensión cortaba el aire, nada sucedía, pero… De  pronto un estrépito de truenos retumbó entre las nubes y el árbol estalló en una cascada de pompas de jabón. Cientos. Miles. Pompas y más pompas por todas partes. Redondas, alargadas, planas, pesadas, ligeras, suaves, chatas, picudas. Un océano de burbujas abstracto e imposible que cubrió la plaza de inmediato. Los niños comenzaron entonces a dar palmas y a correr tras ellas mientras un pellizco de ternura arañaba por sorpresa el corazón de los adultos. El Maestro de Ceremonias rompió al fin a aplaudir y enseguida todos le siguieron.

─ No era esto lo que usted pretendía, ¿verdad? ─susurró al oído del joven mago.

─ Noooo, no lo era ─negó Noah con timidez, rojo de vergüenza.

─ Pues fíjese, era exactamente lo que necesitábamos ─le guiñó un ojo con una sonrisa.

La deliberación del jurado concluyó que, pese a sus carencias y falta de técnica, Noah había logrado algo extraordinario: asombrar y unir en la alegría a un pueblo entero. Magia. Aquello era la esencia misma de la magia.

Y no, no ganó el primer premio. Tampoco el segundo. Pero desde entonces, cada año, al comenzar la convención de Brumavieja, una lluvia de burbujas brillantes recorre las calles, todos conocen el motivo y al nombre de Noah entre grandes y pequeños culebrea la alegría.

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