
Miedo de ser dos camino del espejo
Alejandra Pizarnik
Me siento alegre y triste al mismo tiempo, el miedo me consume y una tormenta ruge en mi interior. Dicen que estoy enfermo. Puedo ser bondadoso o destructor, indulgente o maligno, como si dos personas compartieran mi alma. No sé qué es pero algo terrible me sucede. Temo la negrura de mi sombra y no hallo en mí punto de equilibrio. Mi mente es un rompecabezas fragmentado, un laberinto de voces aullando sin descanso. No sé quién soy. Un vaivén sin eje sacude mis sentidos y una parte de mí hace cosas sin permiso. Camino hacia el abismo, no controlo mi destino y me encuentro tan perdido…
Nadie ha sabido nunca de esta condición que me carcome. Toman por ingenio mi locura. Pero esta vez… ¡Ay, Dios!
Un presagio de desgracia taladra mis sienes antes de abrir los ojos. Noto el filo de la culpa clavado en mi pecho, un regusto amargo que flota en el aire y reconozco de inmediato. Nada tiene de infrecuente, en realidad. La parte oscura de mi ser ha tomado de nuevo el control de mis actos para… ¡Ay!, ¿para qué? Trato de recordar y no lo consigo. ¡Está todo tan confuso! Una maraña de pensamientos burbujea en mi interior y la inquietud, la sospecha de algo que no me atrevo a nombrar, mortifica mi espíritu.
Una lágrima cae por mi mejilla y un suspiro ahogado escapa de mis labios.
«Tranquilo ─murmura a mi lado una enfermera atenta al desasosiego de mi despertar─. Vas a estar bien, duerme un poco más».
En el techo de la habitación parpadea una bombilla. Me molesta su tictac. Mi corazón late con fuerza y el peso de la desorientación aturde mis sentidos. Todo es blanco. Todo es confuso y extraño. Huele a desinfectante, el disgusto se anuda a la boca de mi estómago y me cuesta respirar. Alguien habla al otro lado de la puerta. Quiero incorporarme pero mis manos tiemblan al sujetarse al borde de la cama. Lo intento una vez más. No lo logro.
«Tranquilo», repite con calma la enfermera mientras inyecta un líquido transparente en un gotero ─descubro ahora con sorpresa─ pinchado a mi muñeca.
Mi reflejo en el cristal de la ventana devuelve la mirada de un hombre ojeroso y demacrado que el vidrio segmenta con clarividencia inoportuna. Giro la cabeza hacia el otro lado e intento camuflar mi desconcierto en los arabescos que la luz dibuja en la pared. ¿Qué hago aquí?, ¿qué es esto que no puedo recordar? La respuesta acecha tras mi amnesia y la incertidumbre me aterra. Han descubierto mi secreto, estoy seguro. La brecha que divide en una dualidad perfecta mi naturaleza. Dos personalidades en guerra incongruentes e independientes me habitan, dos gemelos antagónicos ─ángel y demonio─ que en ocasiones se disocian, que pugnan por dominar mi conciencia y no se reconocen. ¿Qué habéis hecho?, ¡maldita sea!
Tres golpes secos de nudillos anuncian la visita del doctor. Entra sin levantar la vista de un expediente que adivino catastrófico. No sonríe. No me mira. Un policía vestido de uniforme lo acompaña. Siento náuseas. Un sudor helado empapa mi cuerpo y un estremecimiento mortal me eriza la piel. Las voces de mi cabeza han callado. Quizá estén tan perplejas como yo. No sé lo que he hecho. Nunca he tenido tanto miedo.

Relato publicado en la antología de El Tintero de Oro Juke ink box (diciembre 2024)

