
Aquel atractivo e irresistible vendedor ─¡maldita sea su estampa!─ tuvo la culpa. Llegó al pueblo canturreando su carga, una sonrisa traviesa en los labios, complicidad en la mirada. Ungüentos curativos, amuletos de la suerte, bebedizos de amor… Vendía su magia a precio de saldo y una larga fila de curiosos ─¡pobres ingenuos!─ se extendió enseguida por la plaza. El elixir de la eterna juventud era su producto estrella. «Unas gotas antes de dormir y jamás envejecerán vuestros cuerpos», prometía su voz de caramelo. ¡Ja! Todos cayeron en la burla y ahora… ¡Ay, Dios! Ahora, tantos años después, soy yo la única vieja del pueblo.
Microrrelato para el concurso «Relatos en cadena» de la cadena Ser
