
…Cómo un hombre puede, si no es un loco, si no es una bestia, convertirse en un torturador.
Larga conversación entre torturador y torturado teñida por la sombra de una tormento que nunca llega a explicitarse. Breve indagación dramática ─define el propio Benedetti su obra en el prólogo─ en la psicología de un torturador enfrentado a sus propias vulnerabilidades y a su maldad.
Estructurada en cuatro actos concebidos a modo de interludio entre las sesiones de tortura a que es sometido un acusado de comunismo, Pedro y el capitán es la representación del mal absoluto. Una obra teatral que, sin llegar a escenificar en ningún momento las agresiones que sufre el detenido, las hace sentir de un modo que encoge el alma.
Cada acto pone en escena un interrogatorio donde el capitán trata de hacer hablar a Pedro, persuadirle con buenas palabras (en contraste, dice él mismo con el salvajismo de sus subordinados) para revelar la información que conduzca a nuevas detenciones. En cada encuentro se advierte cómo el castigo ha ido subiendo de intensidad, destruyendo físicamente a un hombre que se niega a hablar, que prefiere la muerte a la traición, que usa el silencio como arma y consigue de ese modo enfrentar al verdugo a su miseria.
El personaje de Pedro alcanza así a poner un espejo frente al torturador, deja al descubierto su pequeñez y su vergüenza, la vacuidad de los argumentos con que justifica su trabajo, el remordimiento que quizá sienta en el futuro… Y es ahí donde encuentra su victoria. Pese a las humillaciones, el miedo o el dolor es Pedro quien vence al fin con cada negativa al capitán, lo desconcierta, lo inquieta al remover en él los últimos restos de su humanidad.
Escrito en 1979, seis años después del golpe de estado sufrido en Uruguay, Benedetti logra con su texto un drama repleto de tensión, un diálogo angustioso que duele y apela directamente a la conciencia.