
Entre libros nada dolía
Un pueblito perdido en el Pirineo, una treintañera en crisis tras un fracaso profesional, un joven misterioso en busca de refugio… Y libros, muchos libros, para esta última historia de Mónica Gutiérrez Artero que es, por encima de todo, una carta de amor a la literatura, a su capacidad de consuelo, a su poder para aliviar las heridas del alma y servir de escudo contra desamparo y soledad.
Si en todas las novelas de Mónica las referencias literarias salpican de continuo la trama, en esta, ambientada en torno a un club de lectura, se convierten en un elemento central, un modo de dar a conocer las inquietudes y el corazón de una protagonista cargada de miedos y tristezas al comienzo del relato que irá recorriendo poco a poco el camino hacia la ilusión y la esperanza. Drácula, La princesa prometida, La isla del tesoro… hacen de enlace argumental entre escenas y revelan el momento vital en que se encuentran determinados personajes.
El amor, la bondad, la familia, la importancia de las pequeñas cosas como secreto de la felicidad son los temas que laten dentro de una historia escrita con difícil sencillez, amable, romántica, ingeniosa en los diálogos, con personajes muy bien armados (tanto los protagonistas como los secundarios, alguno de estos últimos con un punto estrafalario muy divertido) y un escenario casi de cuento: ese pequeño pueblo perdido entre montañas donde la vida transcurre lenta y apacible y nada malo puede suceder.
Elegante, entrañable, impregnada de humor y de ternura, la autora (licenciada en Historia y Periodismo, administradora del blog Serendipia) toma al lector de la mano con su historia para introducirlo en un mundo dulce y cálido como un tazón de chocolate junto al fuego, un libro que se lleva las penas o un amor listo para un guiño del destino.