Rilke, Rainer Mª: Cartas a mi madre por Navidad

 

Una hora tranquila, llena de una firme esperanza, que resuene como una campana de Navidad

Pensar el uno en el otro a las seis de la tarde de cada Nochebuena y mantener así presente el espíritu de la Navidad entre ambos, es el pacto que Rainer Mª Rilke (1875-1926) hiciera con su madre al abandonar definitivamente su ciudad natal.

Entre 1900 y 1925, desde los más diversos rincones de Europa (Berlín, Viena, Múnich, Roma, Ronda…), el poeta le escribió puntualmente una carta navideña que habría de ser leída a la hora convenida.

 Ese epistolario es el que reúne el volumen publicado en 2018 por Ediciones Encuentro, una pequeña joya literaria ilustrada por Andrea Reyes y traducida con muchísima delicadeza por Leonor Saro, autora también de la nota introductoria que para dotarlas de contexto histórico precede a unas cartas donde, casi a modo de monólogo (no se conservan las respuesta de la madre), el poeta reflexiona sobre ciertos aspectos de su vida, rememora su infancia, desvela rutinas familiares y ofrece un pedacito de su intimidad más honda.

Medita aquí el poeta sobre la idea de Dios, el significado de la Navidad, el paso del tiempo, las heridas de la guerra (la I Guerra Mundial) y la difícil sanación que tras su paso habría de tener el mundo, en una introspección profunda y muy poética, haciendo depositaria a la madre de su nostalgia y cierta desesperanza que se va haciendo cada vez más evidente según transcurren los años.

Escritas en un tono muy cariñoso (todas comienzan con un «queridísima madre» o «mi querida y bondadosa madre»), sorprende el relato que Antonio Pau hace en el epílogo de esta edición respecto a la verdadera relación existente entre ambos: una relación extremadamente complicada, carente de todo afecto y siempre distante.

Hay que tomar por ello este epistolario no como la expresión de un sentimiento real sino como mera literatura, un ejercicio con el que Rilke pretende expresar su idea de espiritualidad (en la intensidad de nuestra existencia puede condensarse un instante de eternidad que coincide con la eternidad ininterrumpida de Dios), sus dudas, la ambigüedad que marca su pensamiento en este tema (entonces la confusión que nos rodea, lo cotidiano y lo turbio ya no podrán aturdirnos) y con el que, con mucha belleza y enorme ternura, permite asomarse al lector a cierta parte de su alma:

Me he vuelto un admirador ferviente de la alegría, la prefiero sin duda alguna a la felicidad, incluso a lo que la gente considera una gran felicidad…

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