Destino vagabundo

 

La noche se desploma triste sobre la ciudad, una advertencia de lluvia humedece el aire, el viento, frío y punzante, hiere sin piedad y la gente camina con prisa, ansiosa por regresar a casa antes de que el cielo, de golpe tan pesado y gris, derrame sobre el mundo su amenaza.

En el rincón más oscuro de una placita sin nombre, ajeno al bullicio de los transeúntes, un hombre de aspecto descuidado: ojos grises, cabello enmarañado, sonrisa reseca y agrietada ahora, quizá atractiva en otro tiempo, un hombre aterido y desamparado, prepara con cuidado su refugio de cartón mientras piensa con más ironía que amargura que, en noches como esta, nada tiene de romántico dormir a la luz de las estrellas.

Es un hombre sin edad, sin sueños, sin futuro. Un hombre que apenas existe, que arrastra sin saberlo el rumor de una leyenda de amores desdichados y flaquezas devastadoras. Continuar leyendo «Destino vagabundo»

Ginzburg, Natalia: Las pequeñas virtudes

 

Recientemente reeditado por Acantilado y Círculo de Lectores (magnífica la edición de Círculo) «Las pequeñas virtudes» de Natalia Ginzburg recopila los ensayos publicados por la autora en diferentes periódicos y revistas entre los años 1.944 y 1.960. Son ensayos muchos de ellos que casi parecen relatos. Artículos autobiográficos que sorprenden, a pesar del tiempo transcurrido, por la vigencia y la plena actualidad que se descubre en muchos de sus temas.

Escribe Ginzburg sobre la memoria, las emociones, la familia, el miedo, el exilio… Habla de dolor, de relaciones humanas, de literatura (maravilloso el artículo que dedica al oficio de escribir), de sentimientos… Todo ello con una sencillez, una profundidad y una honestidad conmovedoras.

Un libro que impresiona y deja huella. Una auténtica joya.

Incendios

 

La infancia es un cuchillo clavado en la garganta

Luces apagadas. Silencio. Comienza la función y como Nawal -magníficamente interpretada por dos espléndidas Laia  Marul y Nuria Espert- de inmediato enmudecemos ante el horror de lo que sobre las  tablas se cuenta. A través de tres historias pretende esta obra ser una reflexión sobre el amor, la maldad y la ignorancia; sobre la frágil frontera que separa el odio del amor, la víctima del verdugo; sobre el perdón («romper el hilo de la ira»); sobre cómo comprender lo incomprensible; sobre cómo vivir con las cosas que han pasado, curar los recuerdos y saber escuchar lo que algunos silencios cuentan; sobre pérdidas y promesas incumplidas; sobre la belleza de lo imposible; sobre el dolor y la esperanza… «No te cuento una historia, te cuento un dolor caído a mis pies» dice en algún momento uno de sus personajes. Un dolor también depositado frente a nosotros, un dolor que golpea seco y contundente a través de un texto desgarrador y profundamente conmovedor. Un grito poético y estremecido contra los horrores de la guerra. Tres horas de función que incendian el alma y el corazón.

Y de pronto volar

 

Aquel día, el día en que Ana aprendió a volar, la mañana había despertado desapacible y gris. Nada tenía de especial, era una mañana más. La mañana de un día como otro cualquiera, idéntica en apariencia a todas las de aquel gélido invierno. Una mañana más de frustraciones amargas y rabias calladas. Y sin embargo, fue aquella, justamente aquella, la que para siempre habría de cambiar su destino. Sucedió que, oculta entre los remolinos de una áspera tempestad, una pequeña ráfaga de felicidad viajaba. «Ven conmigo», le susurró al oído muy dulce y muy bajito. «Sígueme. Yo te enseñaré a volar…» Serena y confiada contempló Ana la inmensidad de aquel amanecer, de aquel cielo a esa hora tan temprana todavía en penumbra pero ya sin luna y sin estrellas y de pronto, sin apenas darse cuenta, casi sin miedo, sus pequeñas alas rotas contra la bruma comenzaron a luchar. Un sentimiento desconocido, algo muy cercano a la esperanza, se posó tímido sobre su corazón. Sintió como, suave, muy lentamente, el arañazo de la desolación y el desamparo, tanto tiempo latente en su alma, se desvanecía. Se sintió perdida y encontrada, rota y recompuesta. Sintió como una extraña fuerza se abría paso en su interior, una fuerza que tal vez siempre hubiera estado allí pero que hasta entonces ella no conocía. Y supo que volaba. Alto, muy alto… Al fin volaba. Equilibrios imposibles inventaba de repente entre las nubes mientras un sol pálido acariciaba su piel. Olvidó su dolor, su soledad y su tristeza. Se enamoró sin remedio de aquella libertad, de tanta belleza. Así que era esto, se dijo, esta euforia, esta luz, esta emoción, esta dicha tan intensa… Comprendió que nunca para nadie fue posible volar con miedo, con infinita valentía su peso para siempre desterró y al fin, aquel día, la ligereza de su risa al mundo regaló.

 

 

 

Viernes Creativos

Daños colaterales

 

Desde ese día nadie vende barquillos en el parque, no anidan las golondrinas en sus nidos, no ríen los niños y el tiempo parece para siempre detenido en un instante eterno. Ningún rastro queda ya de la magia y la felicidad, de la alegría y los sueños que alguna vez habitaron el lugar. Ha calcinado el sol la tierra, todo es gris y una desolada melancolía todo lo inunda. Entre las ruinas grita el silencio una plegaria. Un corazón vacío y dolorido llora su espanto. En nadie hallará consuelo. Triste, incómodo, invisible fantasma de una guerra antigua y olvidada. Trágico protagonista de un cuento sin alma, sin final feliz. Continuar leyendo «Daños colaterales»

Y grita el silencio

 

Escuchad. Escuchad el lamento del viento, su triste canción entre las ruinas. Prestad atención, ¿no lo oís…? Sí, escuchad… Escuchad sobre la brisa los chapoteos de los niños en el río, sus travesuras, sus juegos, sus carreras tras una pelota vieja y magullada. Escuchad cómo caen los pequeños entre risas y se arañan las rodillas, cómo trepan a los árboles y a los ruiseñores persiguen y espantan con malicia de sus nidos. Escuchad… Es el sonido bullicioso de la despreocupación y la alegría. ¿Verdad que lo oís? Un eco lejano, un latido de infancia olvidado, aroma a lumbre, sabor a chocolate, a pan con mantequilla, a nueces y castañas… Es la melancolía y la ternura que a las callejuelas de este pueblo, hace tanto a su suerte abandonado, devuelve el viento con lealtad inquebrantable. Voces suaves y mimosas, rescoldos de un tiempo antiguo y feliz un mal día tragado por la bruma, zarpazos repentinos de dulzura y pena insoportables, recuerdos, ausencias, nostalgias, mordiscos de soledad… Cenizas de inocencia perdida, entre callejones desiertos, sin ruido y sin alma, por el viento esparcidas. Por ellas grita el silencio. Por ellas llora el olvido. Continuar leyendo «Y grita el silencio»

Desesperanza

 

Frío, oscuridad y silencio en el vientre de la ballena. Apenas recuerdo cómo ni cuándo hasta aquí llegué. Perdí hace ya mucho la noción del tiempo y de mi propia vida y ésta es ahora  -tal vez para siempre- mi única realidad. Asomada a los ojos del monstruo contemplo las sombras del mundo. Tras ellos un mar inquieto y turbulento gime de dolor. En el silencio de la noche, de soledad y desamparo tiembla mi cuerpo y, agazapado en un suspiro, casi enmudecido, un conjuro de libertad a traición escapa de mis labios. Fantaseo con la huída. Escapar disuelta en una lágrima, flotar, nadar hacia la luz, ascender suave y lentamente, sentir de nuevo la caricia ligera del viento, el amable calor del sol. Y respirar. No sería difícil mas sé que no lo haré. Ningún lugar hacia el que huir existe ya. Si tan sólo pudiera olvidar…

 

 

 

Viernes Creativos

Petrificado

 

No. No dejen que mi pose les engañe. No soy un filósofo. Tampoco un poeta aunque, para ser justo, debo confesar que durante mucho tiempo ese fue mi mayor anhelo en el mundo y con gusto hubiera renunciado a la inmortalidad de mi alma a cambio del don de la poesía, de la magia, la delicadeza y la dulzura, de la sensibilidad y la inspiración precisas para atrapar el murmullo de las musas,  para componer los más bellos versos de amor jamás imaginados. Los versos que, tal vez, hubieran podido cambiar mi destino. Soy un hombre herido y sé que  no debo recrearme en mis tristezas, que la autocompasión nunca fue buena compañera pero, qué quieren, soy débil y hay días en que, por mucho que lo intente, no puedo evitarlo. Entonces, cuando nadie me ve y siempre sin hacer ruido, lloro un poquito. Hoy ha sido uno de esos días y no saben cómo lamento que, precisamente ustedes, me hayan encontrado en tan lamentable estado, hecho un mar de lágrimas, pero es que cuando hace un momento la vi parada frente a mí, observándome con esa atenta curiosidad tan suya, sin reconocerme, preguntándose intrigada por el dolor que sin duda adivinó tras mis ojos cansados para alejarse después cogida de la mano de aquel Don Juan tan rubio, tan alto, tan desenfadado y sonriente, mi corazón de piedra volvió a romperse, como aquel día tan lejano ya, en mil pedazos diminutos. Y aquí estoy. De nuevo traicionado. Como entonces. Como siempre. Con lágrimas en los ojos y las manos llenas de poemas rotos.

¿Qué me ha pasado, preguntas? ¿cómo explicarlo…? La vida y tú.

 

 

 

Este relato apareció publicado en el nº 33 (mayo 2017) de la revista «Valencia Escribe» y en el   blog  «Tertulia de Escritores» el día 17 de marzo de 2018.

Emily

 

Oculto entre la niebla, etéreo y espectral, se perfila el contorno rocoso de los páramos. Siempre su refugio. Perfecto escondite para la niña huraña y en exceso sensible que alguna vez fue. Consuelo ahora para el imposible anhelo de libertad de una joven que, a fuerza de soledad, conoce como nadie los tormentos y recovecos del alma humana. Atrapada en la poesía del paisaje, su corazón sangra lejos de allí. Y allí, entre nieves y ventiscas inclementes, esta mujer rebelde y solitaria, cautivada por los versos de Lord Byron y Walter Scott, rara al decir de sus vecinos y objeto de miradas compasivas por haber quebrado un día la senda ancestral que marcaba su destino, sueña otros mundos, inventa amores transgresores e infernales, pasiones turbulentas, delirios que jamás conocerá. A lo lejos, mientras tanto, la tormenta se cierne amenazante sobre unas cumbres heladas, románticas, abruptas, fantasmales y eternamente borrascosas.

 

  Este relato resultó mencionado en el certamen marzo-abril 2017 de «Esta Noche Te Cuento».

Sueño de una noche de verano

 

«No está lejos hermosa Hipólita la hora de nuestras nupcias». Quiso la casualidad que una cálida y estrellada noche de verano, en el claro de un bosque donde las sombras lo habían tomado por sorpresa, muy próxima ya la hora de las hadas, escuchara Robin tal confidencia. Un latido extraño, algo que no supo reconocer, alteró un instante su corazón pero estaba tan cansado que se negó entonces a pensar en ello. «Mañana será otro día», se dijo, acurrucándose entre los helechos a la suave luz de una luna ya muy pálida y menguante. Se durmió de inmediato y dulces sueños de amor alegremente soñó. Soñó amores felices, desdichados, ciegos, caprichosos, veleidosos…; brebajes traicioneros prestos siempre a encender una pasión; voces de otro mundo traídas hacia el suyo por la brisa; mágicos susurros capaces de incendiar o helar un corazón; juegos de hadas, leves y etéreas fantasías que la razón a comprender no alcanza. Al despertar, desde el cielo, una estrella matutina blanca y atrevida le guiñaba un ojo y, cual dueña de un maravilloso secreto, le sonreía. Él ya nada recordaba. ¡Triste duendecillo un mal día embrujado por el sol! Atrapado en el mundo de los hombres creció y olvidó su magia y solo en sueños, que nunca recuerda al despertar, logra atravesar por un momento el umbral entre ambos mundos. Al oído del viento, vuelve apenas un instante a susurrar burlón sus travesuras para al amanecer −así fueron siempre las reglas de la magia−  desvanecerse raudo como una estrella fugaz. Un destello de felicidad ilumina entonces su rostro. Polvo de hadas. Alegría en el alma. Ecos de eternidad.

Y aquí por el momento −muy tarde se hizo ya− detendremos hoy el cuento. Así pues, buenas noches a todos. Aplaudid, si amigos somos y Robin todo lo arreglará. Continuar leyendo «Sueño de una noche de verano»