
Cualquiera que haya tenido la experiencia de construir algo con sus propias manos establece un vínculo único con lo creado.
Con un estilo lírico y muy evocador, Jesús Carrasco (Olivenza, 1972) es uno de los autores contemporáneos que mejor explora la relación del hombre con su entorno. El éxito de su primera novela, Intemperie, llevada enseguida al cine y unánimemente aclamada por la crítica, hizo despegar de golpe una carrera literaria donde el relato de lo cotidiano está siempre presente y su esencia deviene universal. Elogio de las manos, la última de sus publicaciones, ganadora del premio de novela breve 2024, es claro ejemplo de ello. Una historia, a medio camino entre el ensayo y la novela, que explora el papel del trabajo manual y su simbolismo como elemento transformador del mundo que nos rodea. Con una prosa limpia y poética, Carrasco reflexiona sobre la dignidad inherente a ciertos oficios artesanos, la paz mental, el ensimismamiento a que conduce el trabajo manual, la felicidad que a sus creadores proporcionan esos pequeños aportes de belleza, la honestidad con que siempre se realiza esa labor.
Hablando en primera persona, en un tono muy próximo a la autoficción que genera gran sensación de cercanía, la voz narradora nos adentra en la intimidad de una familia, padres y dos niñas, que por una serie de casualidades en el año 2011 llegan a una vivienda de un pequeño pueblo andaluz, casi en ruinas. Un edificio destinado a la demolición para ser luego convertido en bloque de apartamentos residenciales, que el propietario les permite utilizar a modo de segunda residencia mientras se solventan los complejos trámites económicos y administrativos que la nueva construcción requiere. Pese a ese destino insoslayable, el proyecto se alarga en el tiempo y la familia pasará allí largos periodos durante años (diez, finalmente), reparando la casa y transformándola poco a poco en un lugar amable y acogedor. Así, convertida en un personaje más, envuelta siempre en un halo de provisionalidad, la casa simboliza el inevitable final al que todos, cosas y personas, estamos abocados, pero también la alegría de disfrutar el momento presente y la necesidad de agradecer con sinceridad lo vivido.
La atención a lo cotidiano, a lo pequeño y lo doméstico, a la esencia más profunda de las cosas, el reconocimiento hacia el trabajo de los demás, la permanencia en gestos y memoria de lo aprendido de generaciones pasadas, son la base de un relato muy cuidadoso, escrito con enorme sensibilidad, que presta atención a los detalles y reivindica una belleza que pasa desapercibida demasiadas veces. Una historia inspiradora y preciosa que no deja sensación de melancolía sino de serenidad, de gratitud y asombro ante los pequeños milagros de la vida.