
…Por encima de todo, no debo jugar a ser Dios
Juramento hipocrático
Orden, belleza, equilibrio, pureza…
Hubo un tiempo en que rozamos el cielo con los dedos. Un tiempo que huyó de la mediocridad y luchó por la excelencia, que fue mejor porque nosotros tomamos las riendas. Yo lo viví. Yo −último caballero de un reino sin corona− fui su artífice. Mi cuerpo decrépito mantiene intacta su memoria y no, de nada me arrepiento. No me atormenta lo que hice sino lo que dejé de hacer. Un orden superior, más allá del bien o del mal, justificó mis actos. A él me atuve. A mantenerlo destiné mi inteligencia y ofrecí mi lealtad.
¿De qué sirven culpa o remordimientos? No son más que absurdos desatinos. Insensateces que anidan en la mente de los débiles, que frenan el progreso de la humanidad y lo encharcan todo con su llanto.
Orden, belleza, equilibrio, pureza…
El viento me trae a veces aromas de ese mundo naufragado. Estuvimos tan cerca…
Presiento, sin embargo, que no todo se perdió. No alcanzamos a ver el resultado y es el resultado cuánto importa, bien lo sé, mas no por eso reniego de mis investigaciones. Al contrario, las reivindico con orgullo. Hubieran sido exitosas de haber podido concluir. Les faltó maduración y quizá… quizá en el futuro… quizá en una sociedad más valiente…
Tachan ahora de locura lo que hice, sin comprender que todo fue en nombre de la Ciencia, en cumplimiento de un deber. Claman venganza los verdugos, me persiguen, me fuerzan a huir, a disfrazar mi identidad, a borrar la huella de mis pasos (¿qué será de mi hijo?, ¿quién cuidará de mi mujer?, ¡maldita sea!). Pero yo nunca fui un fanático y algún día, en algún momento, la Historia reparará la injusticia, validará mis hallazgos, rescatará mi nombre de la infamia y el olvido.
¿Acaso no ha de preservar siempre un científico la plena libertad de sus ensayos? ¿Y entonces? Porque… ¿cómo, díganme, cómo experimentar sin cobayas?, ¿cómo descubrir nuevos tratamientos sin comprobar su efecto sobre los órganos, la reacción que producen en los cuerpos, el daño o la sanación?
Orden, belleza, equilibrio, pureza…
Breves chispazos de luz alumbran esta vejez cansada y solitaria a la que estoy condenado, mi mente lúcida nunca descansa y si hace años que me escondo no han de ver en ello miedo sino honor. Jamás darán conmigo. Ese será mi triunfo.
La pérdida de mis notas es sin duda lo que más lamento de la enojosa situación en que me hallo. Mis cuadernos. Mis conclusiones. Mi trabajo. Un trabajo al que dediqué mi vida entera, que murió inconcluso y cuyas incógnitas, aun en sueños, todavía me torturan. ¡Lo echo tanto de menos!: la rutina del laboratorio −música de Wagner siempre como fondo−, la impecable bata blanca sobre el uniforme gris, las botas relucientes, perfectamente lustradas y aquellos rostros… ¡Ah! aquel raro gesto, algo parecido al miedo, tal vez desconcierto, en la mirada de los elegidos −¡oh, Dios!, ¡qué momento!, ¡qué delicia!− Los gemelos eran mis favoritos, el conocimiento preso en su código genético todo un desafío y, al ir desentrañando poco a poco su misterio, al borde estuve de crear un ser perfecto, de demostrar la supremacía de esta raza ingrata a la que ahora mis logros avergüenzan, que me niega y me desprecia.
No hay rencor en lo que digo, aunque sí duele la ignorancia que me acusa de romper el juramento hecho como médico y considera al Ángel de la Muerte, al brillante doctor Mengele, un asesino. Pero siempre fue la incomprensión −sin falsa humildad así lo reconozco− el destino de los genios.
Orden, belleza, equilibrio, pureza…
¡Tanto saber perdido por la cobardía de unos mojigatos que todo lo confunden! ¡Aquellos no eran seres humanos, por amor del Cielo! Eran números dentro de un registro. Carne de crematorio cuya muerte nadie lamentó. Miserables y anónimos despojos. Simples judíos.
Mención honorífica certamen octubre 2020 «El Tintero de Oro»
Relato publicado en el nº 12 (marzo 2021) de la revista «El Tintero de Oro Magazine» y en la Antología «Anoche soñé que…» de El Tintero de Oro (diciembre 2021).



