En un lugar de la Mancha

 

Anochece sobre los campos de Montiel, las sombras tiñen el bosque de penumbra, la luna llena despunta desolada y fría. A lo lejos, casi al final del camino, el viento azota con furia las aspas de los molinos que entre la niebla por momentos se divisan. Hace mucho que nadie los visita. Pesa sobre ellos una maldición: una leyenda antigua de encantamientos y hechicerías que, de tanto en tanto, revive en el relato de algún caminante curioso; de algún peregrino incauto ahuyentado de inmediato del lugar por los gritos del viejo loco que guarda sus puertas. Solo él conoce el secreto que tras ellas se oculta y, cansado ya de vagar por el mundo, triste y derrotado en mil batallas, a protegerlo ha decido consagrar sus últimas fuerzas.

  El tacto frágil de una manita entre las suyas saca al viejo de sus ensoñaciones. Sonríe con dulzura y, tras recostar sus huesos maltrechos sobre la encina fiel que cada noche vela su guardia junto al arroyo, acurruca a la niña entre sus brazos. La más pequeña del grupo de expatriados que el azar puso un día en su camino. Supervivientes doloridos de un naufragio de sueños imposibles, resguardados ahora del desamparo y el frío del invierno en este lugar perdido de la Mancha.

Refugiada en su abrazo la niña duerme tranquila. Tal vez sueña. Desde el primer instante fue su favorita. Su nombre es Dulcinea.

 

 

 

«Las lecturas del abu» (versión dramatizada)
Relato publicado en el nº 4 de la revista de El Tintero  de Oro «El club de la microficción»  (junio 2022)

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