
La ley de la sociedad era benévola comparada con la de la conciencia
Primera novela de Patricia Highsmith con la que llegó a estar nominada en 1951 al premio Edgar de misterio, quizá la historia de «Extraños en un tren» sea más conocida por la adaptación que de ella hizo al cine Alfred Hitchcock que por la propia novela. Esta adaptación, magnífica y muy exitosa en su momento, conserva sin embargo muy poco del espíritu y la filosofía que impregna el relato original y no basta solo con ella para comprender la complejidad de la narración de Highsmith.
Pese a su innegable corte de género policíaco, «Extraños en un tren» es una novela con voz propia, muy innovadora, que sobre la teoría de que cualquiera puede convertirse en asesino, que tan solo basta para ello hallar el motivo adecuado o rebasar ciertos límites, gira en realidad en torno a la maldad, la mentira, la ambigüedad moral y sobre todo la culpa.
En un viaje en tren Guy Haines, joven y exitoso arquitecto con dificultades para divorciarse de su esposa, conoce a Charles Bruno, un extraño personaje que le ofrecerá como solución a su problema la idea de un crimen perfecto con la que lleva tiempo obsesionado: un asesinato por delegación. Un pacto en virtud del cual Bruno habrá de matar a la esposa de Haines y este a su vez al padre de Bruno de quien pretende deshacerse por cuestiones económicas. Sin móvil ni vínculo alguno entre asesinos y asesinados, la coartada de ambos resultaría impecable.
Sobre este punto de partida construye la autora una novela negra diferente donde el protagonismo no recae en el detective o la marcha de la investigación como suele ser lo habitual sino en los potenciales asesinos, en sus motivaciones, en la meticulosa elaboración del plan y el significado que para ellos pudiera tener el delito, dando así vida a unos personajes de una gran complejidad psicológica que nunca cuestionan la legalidad o moralidad de sus actos y parecen solo movidos por la posibilidad o no de alcanzar sus objetivos. Unos personajes tremendamente egoístas a los que Higsmith, sin embargo, en ningún momento juzga y con los que quizá trate de mostrar, como en algún momento expone uno de ellos, la dualidad que habita en todo ser humano: siempre capaz de lo mejor y lo peor, siempre dividido entre el bien y el mal como dos caras de una misma moneda.
Es ese egoísmo y amoralidad evidente de sus protagonistas, la incapacidad que el lector siente para empatizar con ellos, lo que carga de pesimismo la narración y le da un tono turbio e inquietante, acorde con la idea final de que el mal acecha en cualquier rincón y la sociedad se muestra indiferente ante todo lo que no le concierne o afecta directamente.
La resolución del conflicto y el desarrollo de la trama argumental de la película de Hitchcock resulta por su parte mucho más amable, más ética y menos desengañada que la de la novela. Es por ello que, aunque la tome como punto de partida, los cambios en la conducta de los personajes, en sus decisiones y en la conclusión de la historia son tan profundos que de ningún modo puede ser considerada una adaptación fiel sino solo una versión articulada en torno al mismo planteamiento. Algo sin duda intencionado pues el propio director, en una de las conversaciones con François Truffaut recopiladas luego en «El cine según Hitchcock» (Alianza Editorial), afirmaba: «A menudo se habla de los cineastas que en Hollywood deforman la obra original. Mi intención es no hacerlo nunca. Yo leo una historia solo una vez. Cuando la idea de base me sirve, la adapto, olvido por completo el libro y fabrico cine». Ideas que habrían de inspirar, en este como en otros casos, auténticas obras maestras del suspense.
Reseña publicada en el nº 5 (enero 2020) de la revista «El Tintero de Oro Magazine»
