
Lo que nos da miedo es vernos a nosotros mismos claramente y sin disfraces
Una casa encantada, un investigador empeñado en desentrañar su misterio, incertidumbre, soledad, miedo, remordimientos…
Considerada una de las mejores novelas de terror del S.XX, «La maldición de Hill House» es una historia de fantasmas tejida con enorme sutileza y engañosa sencillez. Sin recurrir en ningún momento a los habituales e impactantes trucos del género, huyendo de cualquier tipo de sensacionalismo y solo mediante las reflexiones, sentimientos o expectativas a que somete a sus personajes, Shirley Jackson (1916-1965) genera una atmósfera tremendamente inquietante y arma una trama de gran potencia psicológica.
Tratando de realizar un experimento en el ámbito de lo paranormal que pueda catalogarse de científico, el doctor Montague convoca en Hill House −una mansión abandonada cuyos muros guardan la leyenda de una maldición− a un pequeño grupo de personas potencialmente capaces de avivar las fuerzas latentes en la casa. Solo dos de ellas, sin embargo, acaban acudiendo a la cita: Theodora, una artista con poderes telepáticos, de trato fácil y apariencia encantadora y Eleanor, una treintañera tímida y solitaria, envuelta durante su adolescencia en un suceso inexplicable y dedicada luego durante años al cuidado de su madre. A ellas y a modo de anfitrión se une Luke, sobrino de la dueña de Hill House y único heredero de la propiedad.
A partir de ahí, la autora va presentándonos, poco a poco, a sus personajes: carácter, emociones, flaquezas… y pese a que todos ellos aparecen con una personalidad muy marcada y bien definida, es Eleanor quien pronto se convierte en la principal protagonista de la historia. Anulada por su familia, siempre reprimida y carente de toda autoestima, la aventura a que se lanzan tiene mucho más significado para ella, por lo rompedor y alejado de su mundo y sus rutinas, que para sus compañeros. Es desde su punto de vista desde donde se narra la historia y es también el personaje más complejo y el que más evoluciona psicológicamente a lo largo de ella.
Repletos de aristas y matices, de apuntes que insinúan intenciones ocultas o personalidades bien distintas de las que se permiten traslucir, la ambivalencia inherente a cada uno de los integrantes del grupo, genera una sensación opresiva y provoca una tensión creciente a lo largo del relato que atrapa de inmediato al lector y quizá sea la seña de identidad más relevante de la novela. Porque más que el miedo a lo sobrenatural o a lo desconocido, es el miedo a nosotros mismos y al mundo que nos rodea lo que Jackson aborda como tema de fondo: el peso del pasado, las consecuencias de egoísmos y sentimientos reprimidos, el trauma de la culpa, las obsesiones o remordimientos ocultos tras la máscara que esconde lo que duele o incomoda…
Una multitud de detalles, reflexiones y muestras del estado emocional de sus protagonistas: nerviosismo, angustia, envidia, hipocresía…, recorre una narración capaz de sugestionar al lector tan solo con el esbozo de alguna situación inesperada. Es el frío que inunda de pronto una estancia, la imagen de una sombra apenas intuida, un crujido inexplicable o la sorpresa de una puerta que se cierra sin motivo, lo que sostiene de forma constante un clima muy perturbador y hace presentir la existencia de algo dañino aguardando al acecho.
Fundamental en ese sentido la recreación de la casa −un edificio donde todo parece estar torcido− y el ambiente laberíntico que pesa sobre ella, como marco de un mal que nunca llega a manifestarse de forma explícita y podría ser por ello incluso fruto de una simple sugestión. Una amenaza invisible que juega con el miedo a la soledad y a la locura y deja en el aire la duda de si, tal vez, sea la propia mente de alguno de los visitantes (Eleanor) la fuerza causante de los extraños fenómenos que tanto los asustan.
Una historia fascinante, referente para maestros del terror como el mismísimo Stephen King, que seduce por lo hipnótico de su ritmo y el torbellino emocional que provoca en unos personajes con los que, en un primer momento, resulta muy fácil empatizar pero cuyas decisiones, a partir de un punto determinado, se van haciendo cada vez más incomprensibles, extrañas y dolorosas.
Reseña publicada en la revista «Escribiendo a hombros de gigantes» de El Tintero de Oro. Enero 2022.
