La cantante calva

 

El hombre es arrojado al mundo, haciéndose cargo de una existencia que le ha sido impuesta…

La cantante calva, estos días en el Teatro Olympia de Valencia en la versión de Natalia Menéndez y bajo la dirección de Luis Luque, es la obra más representativa del teatro del absurdo de Eugène Ionesco.

Desde la sátira y el surrealismo, entre la risa, el pesimismo y la amargura, tratando de disfrazar de comedia lo que es en realidad un drama muy profundo, aborda esta obra temas tan hondos como la soledad, la incomunicación, el desencanto y lo absurdo y caótico del mundo en que vivimos.

Repleta de situaciones ilógicas, diálogos sin sentido, incongruentes, delirantes, disparatados y muy desconcertantes por momentos, coloca en un mismo plano hechos reales y sucesos que quizá nunca existieron: imaginaciones, deseos, fantasías… Nos enfrenta al vacío y la desventura de unos personajes atrapados sin ellos saberlo en un callejón sin salida del que resulta imposible escapar, que niegan la realidad y viven aturdidos por una ignorancia aparentemente feliz. Personajes cuyo comportamiento esconde una crítica feroz a la familia y sociedad burguesas de la época (segunda mitad del siglo XX) que no ha perdido en absoluto vigencia en este nuevo tiempo de comunicación virtual que ahora vivimos.

Extraña, ágil y divertida, inevitablemente deja sin respuesta la pregunta de fondo que subyace en toda la función acerca del sentido (o sinsentido) de la existencia.

Destacar finalmente las magníficas interpretaciones de Adriana Ozores y Joaquín Climent. Dos grandes.

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