La sinfonía del destino

 

La música abrasaba su cabeza. Corcheas, fusas, semifusas danzaban en su mente de forma continua y obsesiva. A sus pies, las trizas de un montón de partituras daban cuenta de sus dudas. Manuscritos tachados, borrados, desgarrados… Pasajes escritos y reescritos mil y una veces en busca de la nota justa, de la secuencia exacta que acallara los rumores que ya corrían por Viena. ¡Qué vergüenza! Lo desesperaba andar de boca en boca, la compasión que adivinaba en los gestos de quienes antes lo admiraban, la curiosidad impresa en la discreción de sus amigos, las sonrisas condescendientes de algunos conocidos… El destino lo había golpeado con dureza pero aún no estaba derrotado. No, no lo estaba e iba a demostrarlo. Se sentó a la banqueta del piano, abrió la tapa, colocó en el atril la composición en la que hacía días trabajaba y sus dedos viajaron de un lado a otro de las teclas. Las golpeó con furia, con los ojos cerrados y la rabia ahogada en la garganta. Impredecible y poderosa, la nueva sinfonía flotó un instante en el aire para agitarlo luego con la violencia de una tempestad. TA-TA-TA-TAAAN…. Sintió latir las notas en el fondo del alma. TA-TA-TA-TAAAN…. Jamás podría escucharlas pero eran suyas. TA-TA-TA-TAAAN, TA-TA-TA-TAAAN, TA-TA-TA-TAAAN…. Graves, exaltadas y perfectas. La angustia cedió, dejó paso a la esperanza y un presagio de futuro iluminó su rostro. Fugaz como una estrella. Enigmático como una intuición de eternidad.

 

 

 

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