
No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir.
Maestro del relato corto y la novela gótica, Edgar Allan Poe (1809-1849) es habitualmente recordado por sus cuentos de terror, un género al que él dotó de una perspectiva psicológica, ausente hasta ese momento en este tipo de historias y de una ambientación onírica capaz de crear una atmósfera muy reconocible y muy particular.
Protagonizados siempre por personajes al borde de la locura o la alucinación, la muerte y lo sobrenatural son una constante en la trama de unos relatos repletos de misterio. Culpas, remordimientos, venganzas, deslealtades, desamor… recorren una colección de cuentos que introduce al lector en un mundo de fantasía oscuro y muy perturbador.
Con un tono elegante y sugestivo, muy decimonónico, y mucha sutileza en la forma de contar, también mucha poesía, Poe juega con sus personajes, los lleva al límite de sus fuerzas y su razón y arma de ese modo un puzle de historias inquietante y tremendamente aterrador. Historias narradas mayoritariamente en primera persona (lo que contribuye a darles veracidad y cercanía) que hablan del miedo a la muerte, de la tendencia que el ser humano tiene a ignorarla, de egoísmos o ciertas obsesiones y delirios, construidas con detalle, agilidad en el ritmo y enorme habilidad narrativa.
Magistrales entre otros «El gato negro» o «El corazón delator», donde el autor logra un clima de tensión creciente, asfixiante y opresivo, con el que nos va llevando hacia un final demoledor.
Un tono más ligero encontramos, por ejemplo, en «Conversación con una momia», relato con un matiz divertido y humorístico que resulta por ese motivo también muy sorprendente. O en «La máscara de la muerte roja», ambientado en tiempos de pandemia y confinamiento y por ello ahora de plena actualidad.
Variados y sugerentes, son cuentos todos para leer despacio y con el ánimo adecuado.