
En los sueños encontramos un mundo enteramente nuestro
Magia, amistad, emoción, aventura… Desde la publicación en 1997 de Harry Potter y la piedra filosofal, la saga de J.K. Rowling no ha dejado de cautivar con su irresistible mezcla de ingredientes a lectores de todas las edades. Siete novelas (una por cada curso académico de Hogwarts) que narran el viaje del joven mago a través de un mundo desconocido, al tiempo que descubre su verdadera identidad y se enfrenta a las fuerzas del mal.
Harry, un niño huérfano acogido a regañadientes por sus tíos, descubre el día de su undécimo cumpleaños su condición de mago. Tras recibir una extraña carta que le informa de su admisión en un colegio de magia, su vida da un giro inesperado, revelándole la fuerza de un poder que ha de aprender a manejar.
Con inmensa habilidad y ese punto de partida, Rowling construye un universo propio, detallado al extremo y muy convincente. Desde el callejón Diagon donde los magos compran su material hasta el expreso de Hogwarts que lleva a los estudiantes a la escuela, el programa académico o las reglas del quidditch, el deporte más popular del colegio, cada rincón de ese mundo está diseñado con tanto cuidado que varitas, pociones y criaturas mágicas cobran vida ante los ojos del lector y lo arrastran hacia una realidad paralela que la autora logra hacer por completo creíble.
Pero más allá del entorno mágico que acoge la trama, es en la profundidad de los personajes, en sus luchas internas, deseos, desafíos… en los lazos de amistad y la evolución a lo largo de los años de los tres protagonistas ─Harry, Ron y Hermione─, donde radica el atractivo de una serie cuyo tema de fondo es la eterna lucha entre el bien y el mal y que en todo momento aparece marcada por el misterio y la tensión. También por un punto de comicidad que salta sobre todo en las escenas protagonizadas por la familia de Harry: el tío Vernon, la tía Petunia y el primo Dudley, personajes tremendamente mezquinos, llevados tan al extremo en su comportamiento cruel y egocéntrico que recuerdan muchísimo el tono de Roald Dhal y esa caricatura, casi ridiculización, de la ignorancia y la maldad que hace por ejemplo al construir la personalidad de los padres de Matilda.
A medida que enfrentan obstáculos y peligros, aventura tras aventura, el lector asiste al crecimiento moral y personal de los niños. Y así, la importancia del coraje, el modo de asumir la adversidad, los sacrificios que la vida exige en determinados momentos, la importancia del altruismo y la generosidad, van salpicando la sencilla historia del comienzo (el tono infantil de la primera novela se va oscureciendo poco a poco en las siguientes) para hacerla también honda y muy conmovedora, tiñéndola en ocasiones de dobles capas de lectura. Así ocurre, por ejemplo, con esa personificación de la depresión que son en realidad los dementores, seres que paralizan el cuerpo y llenan la mente de pensamientos oscuros, solo derrotados a través de la alegría; con la crítica a la prensa sensacionalista en la cobertura que la revista Corazón de bruja hace de un torneo de magos celebrado en Hogwarts o con el alegato a favor de los derechos sociales que en determinado momento hace Hermione al denunciar la situación laboral de los elfos domésticos.
Alternando escenas de acción con otras más reflexivas, saltando de la magia a la realidad, manteniendo siempre la intriga sobre lo que sucederá a continuación, Rowling atrapa al lector en su relato, le hace soñar con un mundo que hace posible lo imposible y demuestra gran maestría en la construcción de tramas.
Una historia inolvidable con un gran mensaje disfrazado de aventura.