
Para tener miedo de algo primero hay que ser capaz de representarse el futuro y yo he dejado de pensar en él.
«Un libro que va directo al corazón», define Stephen King estas memorias que tomando como punto de partida el accidente que dañó a su marido de forma irreversible, la autora logra convertir en una historia bella y luminosa, llena de amor y alegría de vivir.
Editora y agente literaria, Abigail Thomas (Boston 1941) comenzó a escribir cercana a los cincuenta. Tras algunas obras de ficción, ganó fama y reconocimiento gracias a Una vida de tres perros, seleccionado en 2006 como uno de los mejores libros del año por Los Angeles Times y The Whasington Post y recientemente traducido al castellano.
En el año 2000, el periodista Richard Rogin fue atropellado por un coche en Nueva York al salir a la carrera tras su perro en una travesía muy próxima a su casa. Su mujer lo encontraría poco después aún tirado en la acera, atendido por los sanitarios, con la cabeza abierta en un charco de sangre. Rogin salvaría la vida pero el daño cerebral sufrido le impediría volver a ser la persona que era. Delirios, alucinaciones, brotes psicóticos, pérdida absoluta de memoria… fueron las secuelas con las que habría de convivir el resto de su vida. Ingresado tras varias operaciones en una residencia hospitalaria, Thomas abandona entonces su apartamento de Manhattan para instalarse en un lugar próximo a la residencia y poder así visitarlo con frecuencia.
Saltando del pasado al presente, recuperando anécdotas, conversaciones con amigos, episodios familiares… la autora reconstruye la historia de su matrimonio y de una vida en común truncada tan repentinamente que por momentos le parece imposible lo ocurrido.
El duelo, la culpa, la necesidad de vivir el presente sin plantearse el futuro, la permanencia del amor bajo toda circunstancia y situación, son los hilos que tejen una historia que es en realidad la de una reconstrucción personal y emocional, la del esfuerzo de una mujer enfrentada a la tragedia por alcanzar la felicidad, que halla consuelo en el calor de sus perros (En noches muy frías, los aborígenes australianos dormían con sus perros para entrar en calor. Para ellos la categoría máxima era «una noche de tres perros», dice la cita que encabeza este relato y da sentido al título), que descubre en la cotidianeidad la alegría y no se resigna a habitar el limbo de tristeza y amargura a que parece haber sido condenada por la vida.
Sin victimismo, sin melancolía ni ningún tipo de exceso sentimental, la autora nos asoma a su desgarro y a su soledad (viuda sin serlo de verdad) pero también a su esperanza y al amor incondicional que siente todavía tanto por el hombre que antes era su marido como por aquel en que la fatalidad lo ha convertido, una persona distinta que sigue inspirando en ella devoción y ternura, que continúa siendo la brújula de sus días, que se desvanece con rapidez implacable pese a su lucha por anclarlo a la realidad y retener su memoria.
Honda, amena, conmovedora, muy ágil de lectura, una narración exquisita que busca dar sentido a lo impensable para no ceder ante el dolor ni sucumbir a la desgracia.