Lee, Harper: Matar un ruiseñor

 

Compartimos la misma angustia

Harper Lee

Nacida en Monroeville, Alabama, Harper Lee (1926-2016) fue la cuarta y última hija del matrimonio formado por Amasa Coleman Lee y Frances Cunningham Finch. Una pareja ─abogado él, dueño de un periódico local, senador por Alabama hasta 1938; apasionada de la música y la lectura ella─ que gozó en su momento de gran influencia económica y social y fue referente para la pequeña comunidad que era por entonces Monroeville.

Nelle, que era en realidad el primer nombre de la niña y por el que siempre fue conocida familiarmente, fue educada en las escuelas públicas del condado de Monroe en un tiempo (años treinta del S. XX) marcado por la segregación racial y una tremenda discriminación hacia la población negra.

Vestida siempre con pantalones de peto, pelo demasiado corto, adicta a los libros y a los juegos de chicos, su comportamiento no encajaba en el molde social que la época consideraba adecuado para las niñas. Una chiquilla peculiar que remite inevitablemente a la Scout de su novela y que muy pronto trabaría amistad con otro niño extraño y solitario como ella. Un niño llamado Truman, acogido por su tía tras el divorcio de los padres, cómplice de fechorías e inventor de historias y poemas.

Pero el tiempo fue pasando y la pequeña creció. Abandonó Monroeville e ingresó en el Huntindong College de Montgomery, un prestigioso internado de señoritas donde cursar sus estudios. Tampoco allí encajó: no se arreglaba ni llevaba maquillaje, no bailaba ni salía con chicos, fumaba, decía palabrotas, pasaba las noches en vela leyendo novelas victorianas…

Convivirás mejor con todo tipo de personas si eres capaz de aprender un truco sencillo: no se entiende realmente a nadie hasta que consideramos las cosas desde su punto de vista.

Marchó luego a la universidad de Alabama y comenzó a estudiar Derecho aunque muy pronto abandonó la carrera en favor de la escritura, su vocación más antigua y más auténtica.

Se instala entonces en Nueva York, tiene veintitrés años y la ciudad la enamora. Escribe artículos, visita museos, consigue empleo en unas aerolíneas. Siente que la vida le sonríe pero nunca la felicidad es duradera y dos muertes, la de la madre y el hermano (apenas mes y medio entre ambas), tambalean su mundo. Es en ese momento cuando comienza a escribir sobre su infancia. Igual que había hecho su amigo Truman ─ahora ya Truman Capote─ en El arpa de hierba, quiso también ella contar su niñez, mantener viva la memoria de un tiempo y un modo de vida que se extingue y homenajear con ello al hermano perdido y más querido.

Así, entre cuentos y artículos para alguna revista, empieza a ver la luz el borrador de una novela, Ve y pon un centinela, que aborda la historia de un pequeño pueblo sureño y un abogado llamado Atticus Finch. La voz narradora es aquí la de una hija ya adulta ─Jean Louise Finch, apodada cariñosamente Scout─ que, tras regresar a casa desde Nueva York y enfrentarse a la ancianidad del padre, rememora su primera juventud.

Terminada la novela, ninguna editorial aceptó el manuscrito. Una de ellas, sin embargo, propuso una serie de cambios que llevarían a la autora a modificar la perspectiva  y dirigir el tono narrativo hacia la infancia de Scout.

La versión definitiva va tomando forma y Ve y pon un centinela se transforma en Matar un ruiseñor. Una Scout niña es ahora quien narra la historia y el marco temporal se reduce de las dos décadas que abordaba el relato inicial a un periodo de tres años. Algo que permite mantener intacta la visión idealizada del padre y no exponerlo al desencanto provocado por el paso del tiempo, imprimiendo asimismo un halo de ingenuidad al recorrido argumental muy conmovedor.

…Pero recordad que matar a un ruiseñor es pecado. Los ruiseñores no se dedican a otra cosa que a cantar para alegrarnos. No devoran los frutos de los huertos, no anidan en los graneros, no hacen nada más que derramar el corazón, cantando para nuestro deleite. Por eso es pecado matar un ruiseñor.

Publicada en julio de 1960, el éxito de la novela fue inmediato, tanto en ventas como en críticas. Al año siguiente recibió el premio Pulitzer y se vendieron los derechos para el cine. La película ganó tres de los ocho Oscar a que estaba nominada, entre ellos el de Gregory Peck como mejor actor protagonista, convirtiéndose de inmediato en un clásico del cine que grabó aún más en la memoria colectiva el retrato del pueblo sureño que pintó Harper Lee e hizo ya  imposible pensar en Atticus Finch con otro rostro diferente al de Gregory Peck.

Desde el primer momento, el libro fue interpretado como un grito a favor de los derechos civiles pero Lee nunca lo consideró de ese modo. «Mi libro trata de un tema universal ─decía─. No es una novela racial. Retrata un aspecto de la civilización, no necesariamente a la civilización sureña. Es una novela sobre la conciencia de un hombre, universal en el sentido de que le habría podido ocurrir a cualquiera, en cualquier lugar donde haya personas que conviven».

En 1964 Harper Lee concedió su última entrevista. Tenía treinta y siete años y, aunque continuó escribiendo, nunca volvió a publicar. La presión del éxito la sumió en el silencio, la llevó a abusar del alcohol y provocó en ella una inseguridad respecto a su valía literaria de la que nunca llegó a recuperarse.

En 2015, un año antes de su muerte, enferma, sin memoria ni capacidad de decisión, se anunció el hallazgo de un manuscrito extraviado entre sus archivos. Un texto que se publicaría bajo el reclamo de novela inédita y que no era más que el borrador de Ve y pon un centinela, primera versión de una historia reestructurada luego por completo y convertida con nuevo título en todo un clásico de la Literatura.

Matar un ruiseñor plasma el transcurrir de los días en Maycomb (pueblo ficticio) a través de los ojos de Scout, una niña de ocho años  que junto a su hermano Jem y su padre Atticus vive una infancia feliz hasta que un suceso inesperado trastoca por completo su universo familiar. Un hombre negro es acusado de un delito que él niega haber cometido. Atticus acepta su defensa y ello lo enfrenta sin remedio a unos habitantes que no comprenden semejante decisión.

La voz de Scout sirve a la autora para posicionar al lector frente a la ignominia, mostrar los efectos de la intolerancia, el modo en que ciertos prejuicios sociales condicionan la Justicia y armar una historia en torno a la pérdida de la inocencia (simbolizada en el ruiseñor que da título a la novela) y la rectitud moral que la propia dignidad exige mantener en los malos tiempos. Ejemplo de coraje, dignidad y compasión, Atticus Finch es ese hombre bueno que la mirada de su hija convierte en héroe. Un abogado que cumple su labor al margen de consecuencias personales, dejando en evidencia el fanatismo y mezquindad de sus vecinos. Un personaje inolvidable que ha logrado traspasar el tiempo para convertirse en icono de justicia y equidad.

Uno es valiente cuando, sabiendo que ha perdido ya antes de empezar, empieza a pesar de todo y sigue hasta el final pase lo que pase.

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