Cuerpos celestes

 

Amanece. Las estrellas juegan a esconderse en los colores del alba. El rumor del viento acuna la mañana. Ella, pálida y ojerosa, termina su guardia nocturna. Él la releva radiante. El nuevo día despunta. Le guiña un ojo. Sonríe. ¡Ay, amor! La madrugada es cuanto tienen. Un relámpago estremecido de ternura, un «te quiero» murmurado en la penumbra, un espejismo de sombra y luz. Clavan uno en otro la mirada y un puente de caricias aletea entre los dos. Luego, cual espectro inalcanzable, ella se desdibuja muy despacio. Desaparece en el horizonte: tenue, sin estela, sin color. Tiembla entonces una lágrima en sus ojos… Y una gota helada escarcha de rocío la cara oculta de su rostro.

 

 

Viernes Creativos       

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