Dentro de un fractal

 

En los confines del mundo, más allá de toda lógica o razón, crecía el bosque fractal. La exactitud geométrica de sus árboles era asombrosa. Calcaban patrones idénticos y a fuerza de repetir su infinita secuencia parecían querer fundirse con el cielo, alcanzar quizá la línea invisible que marcaba al horizonte su final.

Muchas leyendas hablaban de la magia del lugar, del poder que habitaba entre sus sombras, de un misterio insondable que nadie nunca pudo desvelar.

Hasta que una muchacha de corazón valiente ─contaba la más antigua─ se adentró por ese paraje un día a la caza de respuestas. Las hojas crujían a su paso, la luz del sol se filtraba entre el boscaje y un mosaico de colores brillaba en su reflejo. Caminó durante horas para detenerse al fin sobre un claro que rompía la espesura. En su centro, un inmenso roble se alzaba solitario entrelazando sus ramas en bucles de imposible geometría. Su tronco se retorcía en espirales perfectas y sus hojas parecían fragmentos de cristal. La joven se aproximó a él, acarició sus formas con los dedos y al hacerlo una inscripción brilló sobre su corteza. «El corazón de lo fractal revelará la verdad ─decía─. Esencia de la vida, equilibrio o armonía. Solo quien en él se adentre la hallará».

Una luz suave salió al instante del interior del árbol y una energía desconocida que llenó el aire de extrañeza ató a sus raíces el alma de la joven.

Desde entonces, una cascada de flores cubre la corteza del roble y un canto de mujer ─las gentes del lugar dicen─ mece a la noche con dulzura, salpicando el sueño de la luna de lágrimas de rocío.

 

 

 

 

 

Viernes Creativos

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