
Se quedó quieto y en silencio el mundo que no paraba nunca
Volver a dónde, se pregunta con extrañeza Muñoz Molina, recién estrenada esa nueva normalidad tan anhelada durante el confinamiento pandémico pero tan decepcionante luego y tan vacía cuando llega.
A modo de diario, el autor regresa en este libro a aquellos días de encierro, a un tiempo (personal y colectivo) de miedo e incertidumbre, de soledad y desamparo, para mantener viva la memoria de lo sucedido, compartir sensaciones, derrotar angustias, tratar de comprender…
Estructurada en tres niveles temporales, la narración alterna el relato de los primeros meses de reclusión, recién decretado el estado de alarma, con los inmediatamente posteriores cuando, con ciertas restricciones y mucha expectación, las ciudades comenzaban a recuperar el ritmo. Entre ambos, a cada paso, se cuela el recuerdo de un tiempo antiguo que remite al narrador a su infancia, a la vida campesina de sus padres y abuelos (campesinos sin tierra, recalca con frecuencia para referirse a su pobreza), al ritmo lento de las estaciones, a expresiones, modismos y maneras de las que ─es consciente─ muy pronto no quedará huella.
Entrelazando pasado y presente, Muñoz Molina logra un texto reflexivo y muy intimista, conmovedor y melancólico, salpicado por una nostalgia amable anclada no solo al pasado sino proyectada también hacia el futuro, hacia los años que harán de su nieta una mujer adulta y hacia la idea o el recuerdo que de él pueda quedar entonces («somos fantasmas en los recuerdos de otros», anota una mañana en su cuaderno tras haber soñado con sus muertos). Una crónica repleta de matices, aligerada por la calidez de ese pasado familiar que rememora de continuo, en torno al horror de lo vivido: impotencia, desconsuelo, contagios, muerte, soledad… a la que une el desconcierto por la rapidez con que todo ello va quedando sumergido en el olvido o la vergüenza frente a determinados comportamientos sociales e inconcebibles mezquindades políticas.
Reflexiones que emocionan, que exponen vulnerabilidades y aparecen recorridas por una sensación de cierto fatalismo (otro mundo posible que no logramos alcanzar), que derrochan lucidez y rozan heridas aún no cicatrizadas con una inmensa sensibilidad.