Equívocos

 

Cada noche, en la frágil intimidad de un cuarto cerrado, tras la puerta que blinda del mundo una huraña vida adolescente, se obra el milagro. En silencio. Casi en secreto. Al resguardo de miradas indiscretas, al abrigo de perversos comentarios, a salvo por fin de incomprensiones, de juicios y crueles veredictos, de maliciosas sonrisas… entre brochas y pinceles, espuma y brillantina, secadores, lacas y paletas de colores −rojo en los labios, negro en las pestañas, melocotón en las mejillas− poco a poco, muy despacio, desgarro y culpa ceden paso a esperanza y alegría y cual asombroso e insólito truco de magia −abracadabra− una niña entonces sonríe. Continuar leyendo «Equívocos»

Inclemencia

 

Como un enjambre tras recibir la pedrada de un niño, como una marioneta a la que un dios cruel cortó los hilos, como un ángel sin alas en tierra hostil abandonado… Aturdido, perplejo, malherido por tu traición y por tu olvido, clamo tu nombre, suplico tu ayuda, lloro mi espanto y mi destierro. Tú, a mi dolor indiferente, giras el rostro y entonces… entonces al fin comprendo. Triste, incómodo fantasma de una guerra antigua y olvidada, errante peregrino sin asilo, desde mi orilla y tu frontera, noche y día, sin  fe  ni esperanza, pese a todo −¡ay, Europa!−  sueño contigo. Continuar leyendo «Inclemencia»

En horas bajas

 

Desde que murió nada ha salido bien. Tan ilusionado como estaba con su nueva condición, tantos trucos como había aprendido, tantos ensayos y al fin… ¡un fiasco total! eso ha resultado. ¿Para esto tanto esfuerzo? refunfuña con amargura, al filo del más sobrenatural ataque de nervios que podáis imaginar. Pese a todo él es un profesional y noche tras noche −esperanzado, infatigable− continúa intentándolo. Apariciones espectrales, rechinar de dientes, espeluznantes chirridos… Pero ocurre que ya nadie cree en los fantasmas y así no hay modo de trabajar. Y sabe que no es su culpa pero ¡ay! es tanta su vergüenza… Continuar leyendo «En horas bajas»

No tocar

 

Lejana sombra de un pasado que para siempre el viento se llevó

Atmósfera, luz, palabra, polvo…

Efímero instante que pasa y ya no es

Nostalgia, humo, bruma, silencio…

Notas tenues de un piano

Luz, viento, escarcha, rocío…

Arcoíris atrapados entre pompas de jabón

Soledad, espejismos, huellas, destellos…

Suave perfume del tiempo

Felicidad, fascinación, levedad, belleza…

Dolor y música de las cosas perdidas

Alma y llanto, corazones conmovidos

Dulces hadas del otoño embrujadoras y hechiceras.

Sueños fugaces…

Frágiles

Tan frágiles que el más leve roce los quiebra. Continuar leyendo «No tocar»

Latidos de olvido

 

Te pierdo. Sé que te pierdo. Lentamente. Sin remedio. Y tengo tanto miedo…

El puñal que atraviesa mi corazón, a cada instante se retuerce más y más y de tristeza y soledad, de impotencia y desamparo, amargas lágrimas lloran mis ojos.

Y sin embargo…

 Eres tú quien pese a todo me rescata del dolor. De nuevo. Como siempre.

Sonríes y nada importa. El miedo, el cansancio, el frío, el futuro tan incierto… Todo se desvanece. Continuar leyendo «Latidos de olvido»

Otoño en Buenos Aires

 

Otoño. Del año la estación más bella. La estación de los poetas. Melancólico, tenue y dorado otoño que los días acorta, los árboles desnuda y mi memoria enreda entre su aroma a un pasado roto, a un instante antiguo de tiempo detenido.

No es esta una historia feliz, les advierto. Es una historia de dolor y muerte; de fantasmas anclados a la noche; de rabia y desolación. Y sin embargo… Sí, por encima de todo, es una historia de amor.

Se llamaba Álvaro. Era un muchacho alto y muy delgado, con grandes ojos color caramelo a los que asomaba un chispazo de vulnerabilidad. Supe al instante que amarlo era mi destino, que siempre sería él mi lugar en el mundo. Y es por eso ahora tan grande mi desamparo…

Le vi por última vez un día de marzo frío y brumoso, húmedo de lluvia. Primeros atisbos del feroz otoño que aquel año asolaría Buenos Aires. Se despidió con un beso y un guiño pícaro, feliz por algún proyecto que llevaba entre manos, que seguro me contó pero ya después no logré recordar. Subió a su motocicleta ─chubasquero y libros a la espalda─ y el tráfico de la mañana lo engulló sin piedad. Continuar leyendo «Otoño en Buenos Aires»

Cuento de una noche de verano

 

Se llamaba Belinda y era la más bella muñeca del escaparate. Delicada, exquisitamente hermosa, una pequeña dama vestida de seda, encajes y suave terciopelo, ojos azules, rubor en las mejillas, rubios cabellos recogidos en perfectos bucles sobre su cuello de cera. Sentada al piano, suspendidas las manos sobre las teclas unas veces, de pie tras el cristal otras, acunada en la nostalgia, siempre melancólica, indiferente y frágil, miraba la vida pasar. Etérea, transparente, dulce como un sueño de infancia.

Los días en el almacén de antigüedades se iban así sucediendo uno tras otro, cada uno parecido al anterior ─apacibles, perezosos, rutinarios─ entre la admiración y la indolencia que la muñequita despertaba hasta que, en algún momento, sin que nadie pudiera explicar cómo, algo muy extraño sucedió. Una mañana de aquel lánguido e inacabable verano, la vitrina que ella había ocupado hasta entonces amaneció vacía. Belinda no estaba. En su lugar, el rastro deshojado de  una rosa blanca de cristal. Continuar leyendo «Cuento de una noche de verano»

A vuelta de correo

 

Mi queridísimo Miguel:

Tu carta me ha emocionado de un modo que no alcanzo a explicar. Tanto tiempo esperé, tanto lloré de soledad, tan por costumbre tuve siempre esconder mis sentimientos… Y de pronto ahora tu voz: dulce, serena, tan cálida, tan cercana. Un destello de poesía que rasga la penumbra. Y mi corazón, un corazón hondamente herido, se rinde sin remisión.

Quisieras verme, dices, después de tantos años. Y yo tiemblo de miedo y de ternura. El tiempo, implacable como suele, nunca perdona y de mí tan sólo quedan ya los restos doloridos de la mujer joven y hermosa que quizá alguna vez fui. Continuar leyendo «A vuelta de correo»

Otros tiempos

 

Tenía el gesto grave, la piel mate, muy seca, surcada por arrugas profundas como tajos de cuchillo, los párpados hinchados a causa del hambre, del frío y la falta de sueño. Apenas dormía, comía poco, mal, siempre a destiempo. Arrastraba su mirada una resignación honda y antigua, un cansancio de siglos, su corazón una dureza nacida de la mezquindad de los tiempos, de la costumbre de la miseria, de la más absoluta pobreza. Jamás nadie la vio llorar ni de sus labios escapó una queja. Seis criaturas colgaban siempre de sus faldas. Seis criaturas a las que alimentaba, vestía, cuidaba si enfermaban… Seis criaturas a las que nunca apretó fuerte contra el pecho ni sentó jamás a sus rodillas, con las que nunca bromeó al calor de la lumbre mientras pelaba judías o patatas ni enseñó a coser coloridos muñecos con retales y trapos, a las que nunca en noches de llanto consoló al dulce ritmo de una nana. Seis criaturas a las que jamás golpeó y de ningún modo maltrató pero a las  que tampoco nunca abrazó y pocas, muy pocas veces, besó. Se llamaba Juana. Así la recuerdo. Mi madre. Y aquellos −ácidos, doloridos, amargos− otros tiempos.

 

 

 

Este relato resultó mencionado en el certamen julio-agosto 2018 de «Esta Noche Te Cuento».

Tiempo de fiesta

 

Amanece. Sopla el viento y hace frío. Aún no ha roto el sol la madrugada y la humedad cala los huesos. Desapacibles e inhóspitas son pese al verano las noches de esta tierra tan lejana de mi hogar, tan ajena para mí, tan distante y de todo, de mi mundo entero, tan al norte. Así al menos yo las siento. Ningún destello hallo en ellas de lirismo, de alegría, de belleza o de poesía. Nada que un instante permita dar a mi largo peregrinaje sentido y me deje al fin descansar, aceptar que alcancé mi destino, que era este mi lugar.

Admito sin embargo que tal vez sólo sea esta impresión reflejo inevitable de mi ánimo sombrío, de la extraña melancolía que a esta hora intempestiva araña mi alma, de la sangre caliente y sureña que recorre mis venas. Continuar leyendo «Tiempo de fiesta»