Sueño de una noche de verano

 

«No está lejos hermosa Hipólita la hora de nuestras nupcias». Quiso la casualidad que una cálida y estrellada noche de verano, en el claro de un bosque donde las sombras lo habían tomado por sorpresa, muy próxima ya la hora de las hadas, escuchara Robin tal confidencia. Un latido extraño, algo que no supo reconocer, alteró un instante su corazón pero estaba tan cansado que se negó entonces a pensar en ello. «Mañana será otro día», se dijo, acurrucándose entre los helechos a la suave luz de una luna ya muy pálida y menguante. Se durmió de inmediato y dulces sueños de amor alegremente soñó. Soñó amores felices, desdichados, ciegos, caprichosos, veleidosos…; brebajes traicioneros prestos siempre a encender una pasión; voces de otro mundo traídas hacia el suyo por la brisa; mágicos susurros capaces de incendiar o helar un corazón; juegos de hadas, leves y etéreas fantasías que la razón a comprender no alcanza. Al despertar, desde el cielo, una estrella matutina blanca y atrevida le guiñaba un ojo y, cual dueña de un maravilloso secreto, le sonreía. Él ya nada recordaba. ¡Triste duendecillo un mal día embrujado por el sol! Atrapado en el mundo de los hombres creció y olvidó su magia y solo en sueños, que nunca recuerda al despertar, logra atravesar por un momento el umbral entre ambos mundos. Al oído del viento, vuelve apenas un instante a susurrar burlón sus travesuras para al amanecer −así fueron siempre las reglas de la magia−  desvanecerse raudo como una estrella fugaz. Un destello de felicidad ilumina entonces su rostro. Polvo de hadas. Alegría en el alma. Ecos de eternidad.

Y aquí por el momento −muy tarde se hizo ya− detendremos hoy el cuento. Así pues, buenas noches a todos. Aplaudid, si amigos somos y Robin todo lo arreglará. Continuar leyendo «Sueño de una noche de verano»

Pabellón C

 

El traje era auténtico. ¿Acaso no resultaba aquello evidente? ¿No daba a semejantes cabezas huecas una pista de frente a quién se encontraban? Y entonces, ¿cómo podían pensar que él era un impostor? ¡Qué ocurrencia! ¡Qué injusticia! ¡Qué error tan gigantesco el que con su persona cometían! ¡Y qué caro habrían de pagarlo! ¡Él! ¡El estratega que media Europa conquistó, el victorioso general de Austerlitz  tratado de tal modo…! Suerte que mi pobre Josefina no presenció tamaña humillación, se decía en la aséptica celda donde cautivo se hallaba, furioso contra aquellos cancerberos vestidos de blanco que tan magnífica e imperial personalidad trataban de quebrar.

 

 

 

Microrrelato para el concurso «Relatos en Cadena» del programa La Ventana de la Cadena Ser.

Evocación

 

Voló el verano, voló el otoño y muy pronto llegaron los días cortos y fríos del invierno. Tiempo sobre tiempo pasó. Implacable, siguió su curso la vida y por las extrañas regiones de la memoria y el olvido su recuerdo un día se extravió. Y sin embargo… cada vez que el aroma inconfundible de las violetas un instante se insinúa en el aire, la imagen imprecisa de aquel fantasma dulce y querido, siempre vestido de gris, abriendo con un guiño pícaro su mágico tarrito de cristal, los niños agarrados a sus faldas, las manos llenas de unos caramelos color malva que jamás después volví a probar, intacta una y otra vez regresa a mi alma. Retazos de un mundo antiguo y feliz. Brumas de un tiempo perdido para siempre convertido en nostalgia.

 

 

 

Viernes Creativos

Érase una vez

En medio de un bosque espeso y muy oscuro, despertó Olivia. «¡Un bosque embrujado!», pensó la niña, mientras el viento llenaba de rumores las encinas y tras los helechos corría la sombra fugaz de alguna criatura solo en sueños entrevista. No sintió miedo, al contrario, el raro embrujo del lugar cautivó su corazón. Desde luego, era un buen sitio aquel para que, de cuando en cuando, se aparecieran las hadas y, en torno a ellas, elfos y gnomos pudieran, traviesos, danzar en las brillantes noches de luna llena.

El trino sonoro de los pájaros −ruiseñores, abubillas, petirrojos− anunciaba la llegada de la primavera; bandadas de mariposas blancas y azules coloreaban humildes matojos de florecillas silvestres; el cristalino vibrar de las libélulas rompía el silencio con que un arroyo, recién apenas nacido del deshielo, discurría por el valle. Continuar leyendo «Érase una vez»

Futuro velado

 

Una fotografía desvaída, casi olvidada. Unos ojos de niña oscuros, sabios y profundos miran a la cámara. Serenos. «Sé que vas a hacerme daño. Sé que voy a sufrir y no tengo miedo», parecen gritarle a un mundo que al otro lado del objetivo, inclemente y paciente, su turno aguarda, conscientes ya en aquel momento −tan temprano amenazados por las sombras− de que habrán de soportar el dolor que, el destino solo para los más fuertes reserva. Seguros de que podrán con él. Confiados.

Ingenua y pequeña flor dañada por la escarcha.

Mucho tiempo después, unos ojos de mujer desamparados y sin llanto tratarán de ocultar con infinito esfuerzo su miedo, su soledad y su tristeza. Lucharán por olvidar la herida de una vida entera, el angustioso desconsuelo de lo irremediable, mientras se preguntan con feroz melancolía a dónde irán a parar los pensamientos nunca escritos, los sentimientos no expresados, los momentos de felicidad nublados.

Un alma desencantada y vacía a esos ojos asomada, muy suave y muy bajito murmurará entonces −poderoso conjuro contra el más terrible hechizo− unos versos dulces, exaltados, tristísimos. Y, a fuerza de palabras, de recuerdos y fantasmas, quebrará un rayo de luz la gélida y tempestuosa oscuridad. Apenas un instante. Justo a la caída de la tarde. Continuar leyendo «Futuro velado»

Fin

 

Se asomó sola por la escotilla para ver amanecer. Dos lágrimas heladas brillaron en sus ojos, conmovida como nunca estuvo por tan absoluta belleza. Lejanas y tristes ardían en el firmamento las estrellas, día y noche confundidos en aquel silencio abismal. Rompía el sol ya la oscuridad de la tierra cuando la joven astronauta se rindió. Extraviada en aquel vacío hondo y oscuro, imposible su regreso, decidió concluir al fin semejante agonía de añoranza y soledad. La escotilla cedió con suavidad. Salió. Flotaba… De pronto, algo la retuvo. Un llanto. Una súplica. Una oración. ¡Resiste, amor…! Ineficaz conjuro. Inmensidad. Paz. Abismo. Luz…. Suave, muy despacio, se apagó su corazón. Continuar leyendo «Fin»

La vendedora de globos

 

Día tras día, mañana y tarde, siempre en el mismo rincón, la pequeña vendedora ofrece incansable su mercancía. Alegría, ilusión, sueños y sonrisas regala en forma de globos de colores. Al anochecer, cuando el parque cierra sus puertas y su mundo queda desierto, cuenta la niña sus escasísimas ganancias y, en silencio, inicia el camino de regreso a casa. Lentamente, con cada paso, la sombra alargada de un dolor antiguo y peligroso, una cruel y muy amarga bofetada de realidad, estalla en su alma. Dos lágrimas heladas por el tiempo brillan en sus ojos. Los cierra con fuerza para no derramarlas y, cual astuta aprendiz de Mary Poppins, murmura entre dientes su conjuro impronunciable a la espera del golpe de viento que cambie su suerte y lejos, muy lejos, sobre los tejados la arrastre. Y así, bien aferrada al ramillete de globos que tampoco hoy consiguió vender, sobrevolar un instante la ciudad dormida y desaparecer al fin entre esas nubes tan suaves, tan blanditas, casi como de algodón de azúcar, que durante toda la tarde han flotado en el cielo. Aunque sabe, por supuesto, que su mágico deseo jamás se cumplirá. Continuar leyendo «La vendedora de globos»

Ángeles caídos

 

Con feroz eficacia la mortal consigna se cumplió. Era una guerra, decían los ejecutores. Diferente quizás, sí, pero guerra al fin y órdenes siempre fueron órdenes.

Desaparecer, de eso se trataba. Sin huellas. Sin errores. Sin rastro. Vidas náufragas en la tempestad.

Sobre un mar enfurecido y bravío, acogedor -cómplice jamás- incontables ángeles llovieron sin cesar.

Pactos de silencio. Secretos lacerantes. Vergüenza. Horror. Tanto, tanto dolor.

Ecos lejanos, voces y llantos que regresan del pasado.

Blancos pañuelos de mayo, rostros cansados, pasos lentos y callados.

Dignidad eterna de los humillados. Continuar leyendo «Ángeles caídos»

Cenizas

 

Sonríes y, por un instante, el mundo se ilumina. Sueño contigo. Siempre estás ahí. Escondida en algún rincón de mi cabeza. Una sombra del pasado. Un fantasma que ya no duele. Un duendecillo burlón que se ríe de mí y no se deja atrapar. Pero, a veces, de repente, tu recuerdo me asalta y, por un momento, casi creo poder tocarte. Luego te desvaneces. Es mejor así. No me reconocerías en este viejo cansado y solitario que ahora soy, que sonríe con descaro por evitar que sus ojos traicionen el dolor.

Es difícil hacerse viejo, mi amor. Asumir incrédulo el reflejo de un espejo, luchar contra la inseguridad y el miedo, contra el desconsuelo, contra este desamparo…

Hoy estoy triste. Tal vez, aunque me niegue a reconocerlo, me siento solo. Por eso, como siempre, recurro a ti. Al recuerdo de tu risa, de tus palabras, de tus miradas, de tus silencios. A la magia del hada que un día traspasó mi vida y me hechizó para siempre. Gotitas de alegría que curan el dolor del alma. Continuar leyendo «Cenizas»

Destino final

 

Hubo un tiempo en que ésta fue una región de extraordinaria hermosura. Árboles majestuosos se alzaban en ella, arroyos de aguas claras y resplandecientes regaban sus tierras y todo el terreno se hallaba cubierto por flores multicolores y el más verde césped que jamás nadie hubiera podido imaginar. En lo alto de la colina, imponente, se alzaba un castillo donde alguna vez con justicia y benevolencia gobernó un rey, donde una bella princesa tal vez soñó la magia y la felicidad.

Nada queda ya de todo aquello. Ni un árbol ni una casa rompe el perfil de la inmensa llanura que en todas direcciones se extiende hasta parecer juntarse con el cielo. Ha calcinado el sol la tierra y todo es gris. Tiene el castillo ahora la misma tonalidad plomiza y opaca de cuanto le rodea y jamás sus habitantes sonríen, siempre en su rostro una expresión solemne y dura, olvidados ya de lo que fuera la alegría. Un maléfico espíritu parece habitar su alma y a nadie son capaces de amar. Nunca pudo hacerlo quien un día perdió su corazón. Continuar leyendo «Destino final»