Malditas canciones de amor

 

«No llores; por favor, no llores ─suplicaba Whitney Houston entre el ruido del atasco y el rumor de la lluvia en el cristal─, yo siempre te amaré…»

Los acordes de la vieja canción la tomaron por sorpresa.

«Por favor, no llores…»

Un pedazo de mundo olvidado se abrió de nuevo bajo sus pies y una banderilla de tristeza astilló su corazón.

«Yo no soy lo que tú necesitas…»

 Los recuerdos volvían en tropel. El pasado vertía al instante su veneno y… tras el volante de su coche, una mujer se hacía trizas en secreto. Continuar leyendo «Malditas canciones de amor»

En un lugar de la Mancha

 

Anochece sobre los campos de Montiel, las sombras tiñen el bosque de penumbra, la luna llena despunta desolada y fría. A lo lejos, casi al final del camino, el viento azota con furia las aspas de los molinos que entre la niebla por momentos se divisan. Hace mucho que nadie los visita. Pesa sobre ellos una maldición: una leyenda antigua de encantamientos y hechicerías que, de tanto en tanto, revive en el relato de algún caminante curioso; de algún peregrino incauto ahuyentado de inmediato del lugar por los gritos del viejo loco que guarda sus puertas. Solo él conoce el secreto que tras ellas se oculta y, cansado ya de vagar por el mundo, triste y derrotado en mil batallas, a protegerlo ha decido consagrar sus últimas fuerzas.

  El tacto frágil de una manita entre las suyas saca al viejo de sus ensoñaciones. Sonríe con dulzura y, tras recostar sus huesos maltrechos sobre la encina fiel que cada noche vela su guardia junto al arroyo, acurruca a la niña entre sus brazos. La más pequeña del grupo de expatriados que el azar puso un día en su camino. Supervivientes doloridos de un naufragio de sueños imposibles, resguardados ahora del desamparo y el frío del invierno en este lugar perdido de la Mancha.

Refugiada en su abrazo la niña duerme tranquila. Tal vez sueña. Desde el primer instante fue su favorita. Su nombre es Dulcinea.

 

 

 

«Las lecturas del abu» (versión dramatizada)
Relato publicado en el nº 4 de la revista de El Tintero  de Oro «El club de la microficción»  (junio 2022)

Una bufanda de colores

 

Había comenzado a nevar, los copos pintaban las calles de blanco, el aire olía a Navidad. Asomada a la ventana, Clara luchaba por no sucumbir a la nostalgia. La Navidad había sido siempre su época favorita del año, un pequeño milagro que incendiaba de magia el invierno. Pero ahora… Ahora le parecía una celebración hueca y gastada. Las guirnaldas de colores, el falso entusiasmo de las fiestas, la engañosa amabilidad de los centros comerciales, habían usurpado su esencia. La habían convertido en un tiempo sin alma donde nada era ya como debía.

Quizá no estuviera siendo justa ─se dijo, con un nudo de culpa atravesado en la garganta─, quizá solo ocurría que la edad marchitaba el ensueño, que la ilusión se desvanecía a golpes de vida y el dolor asomaba las garras. Pero ese atardecer, mientras las luces de las casas comenzaban a encenderse, ella sentía que el mundo era un lugar triste y oscuro, huérfano de compasión, enfermo de soberbia. Continuar leyendo «Una bufanda de colores»

Mutis

 

La función estaba a punto de terminar, el eco del disparo retumbó en la sala como un trueno, Violeta cayó contra las tablas y…

A partir de ahí todo se vuelve confuso en mi cabeza.

Sangre, gritos, desconcierto…

Duele. El recuerdo duele pero me obligo a recordar.

Mi mente revive aquella noche una vez y otra y otra más, enredada a un bucle eterno sin principio ni final.

No me arrepiento. Sé que hice lo correcto.

El fogonazo me cegó por un instante, sentí el golpe seco de su cuerpo contra el suelo, los primeros chillidos de espanto…

Solté la pistola gritando su nombre ─«¡Violetaaa!»─, corrí hacia ella, acuné entre mis brazos su último suspiro… Continuar leyendo «Mutis»

Pide un deseo

 

Se desvanecían enseguida, apagados como fuegos de artificio, pero antes de eso, ¡ay!, antes de eso cualquier cosa era posible. Un reguero de deseos recorría veloz el firmamento, lo alumbraba de esperanza a lomos de una estrella y un destello fugaz vestía el cielo con su magia. Luego, aquel botín de sueños moría sin llegar a su destino y la estrella lloraba en secreto su fracaso. No era su culpa: jamás tuvo el poder que le achacaron. Pero tan extendida estaba su leyenda que hasta ella misma la creyó. Y un empeño inquebrantable latía cada noche entre su estela: un afán, un anhelo, un ojalá. Continuar leyendo «Pide un deseo»

Pesadillas

 

Los terrores nocturnos se habían convertido en rutina habitual. «No pasa nada cariño, son solo pesadillas», la tranquilizaba cada mañana mamá. «Los monstruos no existen, mi niña, no pueden colarse en tu cama», le guiñaba un ojo papá. Ella sorbía despacito el colacao, ensayaba en su rostro una sonrisa y fingía ser valiente. Camino del colegio, trataba de sacar al monstruo de su cabeza. Lo intentaba con todas sus fuerzas pero era tan difícil… ¡Si al menos su cara no fuera tan parecida a la de papá!, musitaba en silencio. Y un pinchazo de culpa anudaba al instante su garganta. Continuar leyendo «Pesadillas»

Clifford, Lucy: La nueva madre y otros cuentos

 

No existen madres con ojos de cristal y colas de madera. Serían demasiado caras de fabricar.

«La fortuna del escritor es veleidosa. Algunos autores venden miles y miles de libros a lo largo de su vida y sus trabajos son elogiados por la crítica y adorados por el público. Y sin embargo, aunque parecen destinados a perdurar, su obra pierde relevancia a toda velocidad y diez años después de su última publicación nadie se acuerda de ellos. Otros viven en la más absoluta miseria; la fama, el dinero y el prestigio los eluden hasta que mueren. Entonces, de pronto, su genio es reconocido.» Continuar leyendo «Clifford, Lucy: La nueva madre y otros cuentos»

Marte

 

Viajar a las estrellas había sido su sueño desde niña. Asomada a su telescopio dibujaba constelaciones, adivinaba galaxias e inventaba un futuro de exploradora espacial repleto de cohetes, de hallazgos fabulosos y amigables extraterrestres, contentos de contribuir al éxito de su investigación.

 Durante un tiempo Max, un cándido marcianito sospechosamente parecido a E.T. ─¡cuánto la había hecho llorar esa película!─, fue su mejor amigo. Su confidente. También su secreto mejor guardado. En ocasiones, él le reprochaba tanto secretismo pero al final se resignaba. Eran gajes del oficio, se decía: no es posible presentar así como así a un amigo invisible sin que a uno lo tomen por loco. Y un buen amigo comprende esas cosas. Continuar leyendo «Marte»

Superman

Todo ha salido mal. Estrepitosamente mal. Un fracaso total, vaya. Eso es lo que ha sido. Y no entiendo qué ha fallado porque en teoría mi plan era perfecto. En teoría, claro, solo en teoría. En la práctica a la vista está que no lo ha sido. En fin, que lo había preparado todo con mimo y repasado cientos de veces. Meses y meses de trabajo sin dejar un solo detalle al azar, cabina incluida. Que esa es otra: medio mundo he  tenido que recorrer para encontrar al fin la dichosa cabina de teléfonos. El traje, el peinado  ─litros de gomina, caracolillo en la frente─  la coreografía… Todo perfectamente ensayado, ya digo. Tres vueltas a la izquierda, tres a la derecha, espiral, torbellino, puño en alto y… ¡voilà!. Tejado por los aires y a volar. ¡Parecía tan fácil! Y, sin embargo, lo único que he conseguido ha sido darme de morros contra el suelo y una brecha en la ceja digna del mejor combate de boxeo. Suerte que nadie ha presenciado semejante ridículo. Eso creo, al menos y es lo único que ahora me consuela. Aunque cuando se me pase el susto y el mareo quizá lo vuelva a intentar. Tampoco Clark Kent acertaría a la primera. Vamos, digo yo…

 

 

 

 

Relato publicado en el nº 2 de la revista de El Tintero de Oro «El club de la microficción»  (abril 2022)