Cuento de invierno

 

Anochecía sobre la batalla. La negrura del invierno difuminaba lentamente brumas y horizonte y un día para la historia −mortífera y sangrienta como pocas aquella jornada de diciembre− dejaba tras ella. Había comenzado a nevar y muy pronto habría de borrar la tempestad las huellas del horror, la borrasca inclemente del combate todavía a esa hora tan visible en la llanura. Hoyos de lodo, charcos de lluvia, caminos deshechos, pasos de hombres a pie o a caballo, carros pesados…  Austerlitz ardía entre las sombras.

Un viento glacial recorría el corazón de Europa y el eco lejano de un redoble de  tambores, de un caótico clamor de trompetas, estandartes, sables, bayonetas… arrastraba en su estela.

Un tumulto de lodo y sangre empapaba la tierra a la espera de que al fin, poco a poco, con su inmaculado manto, la nieve lo cubriera. Continuar leyendo «Cuento de invierno»

Choque generacional

 

¡Me agotan! ¡Esta familia mía despedaza mi paciencia! Tradición, normas, responsabilidades…  Sieeempre el mismo discurso, sieeempre la misma regañina, sieeempre esos odiosos aires suyos de superioridad. Muy joven ─dicen ellos que soy─ demasiado joven e inexperta todavía para comprender la importancia inmensa de nuestros ritos, de nuestras costumbres, de nuestros blablabla… ¡Ja! ¡Si supieran! No entienden nada. Mucha clarividencia, mucha perspicacia pero… nada de nada. Ni lo intentan, vaya. Y lo peor es que ni siquiera me escuchan, ¡maldita sea! Habitan un mundo inexistente. Un edén de fantasía. Un paraíso que se extingue bajo sus pies y no se dan cuenta. ¡Qué ciegos están! Traición, llamaron a mi feliz innovación ¡Traición! Y de inmediato mi varita y mis hechizos requisaron. Castigada como una criatura, ¡qué vergüenza! Los tiempos cambian y también nosotros habremos de cambiar algo con ellos, digo yo. Y, sí, por supuesto, reconozco que mucho más romántico, más adorable y cautivador, quizás, resulte transformar ratones y calabazas en carruajes y zapatos de cristal pero las niñas de hoy en día ya no sueñan ser princesas y gracias a mi (¿imprudente?) picardía, mirad cuan radiante y orgullosa conduce ahora Cenicienta su ferrari por toda la ciudad. Continuar leyendo «Choque generacional»

Nostalgia

 

Una caricia, una sonrisa, un beso suave y a soñar… «dulces sueños, mi amor».
Antiguas noches de invierno se cuelan de improviso en mis recuerdos y, casi casi a traición, entre melancolías y nostalgias al instante los enredan. Noches de mimos y risas; de confidencias e ilusiones; de planes de futuro y proyectos de aventura; de carantoñas y cuentos antes de dormir, siempre cómplice algún libro entre sus manos: Peter Pan, La Isla del Tesoro, Mujercitas…  Noches tiernas con sabor a infancia: hojaldre y chocolate caliente, pijama y zapatillas, nervios y deberes apresurados en la cama. Tan lejano ahora todo ya… Tiempos de candor e ingenuidad que la vida detuvo para siempre en un instante eterno. Antes del espanto y del dolor. Antes del silencio, de la indiferencia, del perverso maleficio que secuestró la inocencia de su alma. Antes de que las hadas traicionaran su magia y los monstruos ganaran, implacables, la batalla. Antes de tantas lágrimas a destiempo derramadas sobre pupitres ardientes de vergüenza y rabia. Antes de aquella última carta… Cuando mi niña era feliz y en mi corazón habitaba la alegría, la poesía y la esperanza.

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Equívocos

 

Cada noche, en la frágil intimidad de un cuarto cerrado, tras la puerta que blinda del mundo una huraña vida adolescente, se obra el milagro. En silencio. Casi en secreto. Al resguardo de miradas indiscretas, al abrigo de perversos comentarios, a salvo por fin de incomprensiones, de juicios y crueles veredictos, de maliciosas sonrisas… entre brochas y pinceles, espuma y brillantina, secadores, lacas y paletas de colores −rojo en los labios, negro en las pestañas, melocotón en las mejillas− poco a poco, muy despacio, desgarro y culpa ceden paso a esperanza y alegría y cual asombroso e insólito truco de magia −abracadabra− una niña entonces sonríe. Continuar leyendo «Equívocos»

Inclemencia

 

Como un enjambre tras recibir la pedrada de un niño, como una marioneta a la que un dios cruel cortó los hilos, como un ángel sin alas en tierra hostil abandonado… Aturdido, perplejo, malherido por tu traición y por tu olvido, clamo tu nombre, suplico tu ayuda, lloro mi espanto y mi destierro. Tú, a mi dolor indiferente, giras el rostro y entonces… entonces al fin comprendo. Triste, incómodo fantasma de una guerra antigua y olvidada, errante peregrino sin asilo, desde mi orilla y tu frontera, noche y día, sin  fe  ni esperanza, pese a todo −¡ay, Europa!−  sueño contigo. Continuar leyendo «Inclemencia»

En horas bajas

 

Desde que murió nada ha salido bien. Tan ilusionado como estaba con su nueva condición, tantos trucos como había aprendido, tantos ensayos y al fin… ¡un fiasco total! eso ha resultado. ¿Para esto tanto esfuerzo? refunfuña con amargura, al filo del más sobrenatural ataque de nervios que podáis imaginar. Pese a todo él es un profesional y noche tras noche −esperanzado, infatigable− continúa intentándolo. Apariciones espectrales, rechinar de dientes, espeluznantes chirridos… Pero ocurre que ya nadie cree en los fantasmas y así no hay modo de trabajar. Y sabe que no es su culpa pero ¡ay! es tanta su vergüenza… Continuar leyendo «En horas bajas»

Latidos de olvido

 

Te pierdo. Sé que te pierdo. Lentamente. Sin remedio. Y tengo tanto miedo…

El puñal que atraviesa mi corazón, a cada instante se retuerce más y más y de tristeza y soledad, de impotencia y desamparo, amargas lágrimas lloran mis ojos.

Y sin embargo…

 Eres tú quien pese a todo me rescata del dolor. De nuevo. Como siempre.

Sonríes y nada importa. El miedo, el cansancio, el frío, el futuro tan incierto… Todo se desvanece. Continuar leyendo «Latidos de olvido»

Otoño en Buenos Aires

 

Otoño. Del año la estación más bella. La estación de los poetas. Melancólico, tenue y dorado otoño que los días acorta, los árboles desnuda y mi memoria enreda entre su aroma a un pasado roto, a un instante antiguo de tiempo detenido.

No es esta una historia feliz, les advierto. Es una historia de dolor y muerte; de fantasmas anclados a la noche; de rabia y desolación. Y sin embargo… Sí, por encima de todo, es una historia de amor.

Se llamaba Álvaro. Era un muchacho alto y muy delgado, con grandes ojos color caramelo a los que asomaba un chispazo de vulnerabilidad. Supe al instante que amarlo era mi destino, que siempre sería él mi lugar en el mundo. Y es por eso ahora tan grande mi desamparo…

Le vi por última vez un día de marzo frío y brumoso, húmedo de lluvia. Primeros atisbos del feroz otoño que aquel año asolaría Buenos Aires. Se despidió con un beso y un guiño pícaro, feliz por algún proyecto que llevaba entre manos, que seguro me contó pero ya después no logré recordar. Subió a su motocicleta ─chubasquero y libros a la espalda─ y el tráfico de la mañana lo engulló sin piedad. Continuar leyendo «Otoño en Buenos Aires»

Cuento de una noche de verano

 

Se llamaba Belinda y era la más bella muñeca del escaparate. Delicada, exquisitamente hermosa, una pequeña dama vestida de seda, encajes y suave terciopelo, ojos azules, rubor en las mejillas, rubios cabellos recogidos en perfectos bucles sobre su cuello de cera. Sentada al piano, suspendidas las manos sobre las teclas unas veces, de pie tras el cristal otras, acunada en la nostalgia, siempre melancólica, indiferente y frágil, miraba la vida pasar. Etérea, transparente, dulce como un sueño de infancia.

Los días en el almacén de antigüedades se iban así sucediendo uno tras otro, cada uno parecido al anterior ─apacibles, perezosos, rutinarios─ entre la admiración y la indolencia que la muñequita despertaba hasta que, en algún momento, sin que nadie pudiera explicar cómo, algo muy extraño sucedió. Una mañana de aquel lánguido e inacabable verano, la vitrina que ella había ocupado hasta entonces amaneció vacía. Belinda no estaba. En su lugar, el rastro deshojado de  una rosa blanca de cristal. Continuar leyendo «Cuento de una noche de verano»

A vuelta de correo

 

Mi queridísimo Miguel:

Tu carta me ha emocionado de un modo que no alcanzo a explicar. Tanto tiempo esperé, tanto lloré de soledad, tan por costumbre tuve siempre esconder mis sentimientos… Y de pronto ahora tu voz: dulce, serena, tan cálida, tan cercana. Un destello de poesía que rasga la penumbra. Y mi corazón, un corazón hondamente herido, se rinde sin remisión.

Quisieras verme, dices, después de tantos años. Y yo tiemblo de miedo y de ternura. El tiempo, implacable como suele, nunca perdona y de mí tan sólo quedan ya los restos doloridos de la mujer joven y hermosa que quizá alguna vez fui. Continuar leyendo «A vuelta de correo»