Érase una vez

En medio de un bosque espeso y muy oscuro, despertó Olivia. «¡Un bosque embrujado!», pensó la niña, mientras el viento llenaba de rumores las encinas y tras los helechos corría la sombra fugaz de alguna criatura solo en sueños entrevista. No sintió miedo, al contrario, el raro embrujo del lugar cautivó su corazón. Desde luego, era un buen sitio aquel para que, de cuando en cuando, se aparecieran las hadas y, en torno a ellas, elfos y gnomos pudieran, traviesos, danzar en las brillantes noches de luna llena.

El trino sonoro de los pájaros −ruiseñores, abubillas, petirrojos− anunciaba la llegada de la primavera; bandadas de mariposas blancas y azules coloreaban humildes matojos de florecillas silvestres; el cristalino vibrar de las libélulas rompía el silencio con que un arroyo, recién apenas nacido del deshielo, discurría por el valle. Continuar leyendo «Érase una vez»

Futuro velado

 

Una fotografía desvaída, casi olvidada. Unos ojos de niña oscuros, sabios y profundos miran a la cámara. Serenos. «Sé que vas a hacerme daño. Sé que voy a sufrir y no tengo miedo», parecen gritarle a un mundo que al otro lado del objetivo, inclemente y paciente, su turno aguarda, conscientes ya en aquel momento −tan temprano amenazados por las sombras− de que habrán de soportar el dolor que, el destino solo para los más fuertes reserva. Seguros de que podrán con él. Confiados.

Ingenua y pequeña flor dañada por la escarcha.

Mucho tiempo después, unos ojos de mujer desamparados y sin llanto tratarán de ocultar con infinito esfuerzo su miedo, su soledad y su tristeza. Lucharán por olvidar la herida de una vida entera, el angustioso desconsuelo de lo irremediable, mientras se preguntan con feroz melancolía a dónde irán a parar los pensamientos nunca escritos, los sentimientos no expresados, los momentos de felicidad nublados.

Un alma desencantada y vacía a esos ojos asomada, muy suave y muy bajito murmurará entonces −poderoso conjuro contra el más terrible hechizo− unos versos dulces, exaltados, tristísimos. Y, a fuerza de palabras, de recuerdos y fantasmas, quebrará un rayo de luz la gélida y tempestuosa oscuridad. Apenas un instante. Justo a la caída de la tarde. Continuar leyendo «Futuro velado»

Fin

 

Se asomó sola por la escotilla para ver amanecer. Dos lágrimas heladas brillaron en sus ojos, conmovida como nunca estuvo por tan absoluta belleza. Lejanas y tristes ardían en el firmamento las estrellas, día y noche confundidos en aquel silencio abismal. Rompía el sol ya la oscuridad de la tierra cuando la joven astronauta se rindió. Extraviada en aquel vacío hondo y oscuro, imposible su regreso, decidió concluir al fin semejante agonía de añoranza y soledad. La escotilla cedió con suavidad. Salió. Flotaba… De pronto, algo la retuvo. Un llanto. Una súplica. Una oración. ¡Resiste, amor…! Ineficaz conjuro. Inmensidad. Paz. Abismo. Luz…. Suave, muy despacio, se apagó su corazón. Continuar leyendo «Fin»

La vendedora de globos

 

Día tras día, mañana y tarde, siempre en el mismo rincón, la pequeña vendedora ofrece incansable su mercancía. Alegría, ilusión, sueños y sonrisas regala en forma de globos de colores. Al anochecer, cuando el parque cierra sus puertas y su mundo queda desierto, cuenta la niña sus escasísimas ganancias y, en silencio, inicia el camino de regreso a casa. Lentamente, con cada paso, la sombra alargada de un dolor antiguo y peligroso, una cruel y muy amarga bofetada de realidad, estalla en su alma. Dos lágrimas heladas por el tiempo brillan en sus ojos. Los cierra con fuerza para no derramarlas y, cual astuta aprendiz de Mary Poppins, murmura entre dientes su conjuro impronunciable a la espera del golpe de viento que cambie su suerte y lejos, muy lejos, sobre los tejados la arrastre. Y así, bien aferrada al ramillete de globos que tampoco hoy consiguió vender, sobrevolar un instante la ciudad dormida y desaparecer al fin entre esas nubes tan suaves, tan blanditas, casi como de algodón de azúcar, que durante toda la tarde han flotado en el cielo. Aunque sabe, por supuesto, que su mágico deseo jamás se cumplirá. Continuar leyendo «La vendedora de globos»

Ángeles caídos

 

Con feroz eficacia la mortal consigna se cumplió. Era una guerra, decían los ejecutores. Diferente quizás, sí, pero guerra al fin y órdenes siempre fueron órdenes.

Desaparecer, de eso se trataba. Sin huellas. Sin errores. Sin rastro. Vidas náufragas en la tempestad.

Sobre un mar enfurecido y bravío, acogedor -cómplice jamás- incontables ángeles llovieron sin cesar.

Pactos de silencio. Secretos lacerantes. Vergüenza. Horror. Tanto, tanto dolor.

Ecos lejanos, voces y llantos que regresan del pasado.

Blancos pañuelos de mayo, rostros cansados, pasos lentos y callados.

Dignidad eterna de los humillados. Continuar leyendo «Ángeles caídos»

Cenizas

 

Sonríes y, por un instante, el mundo se ilumina. Sueño contigo. Siempre estás ahí. Escondida en algún rincón de mi cabeza. Una sombra del pasado. Un fantasma que ya no duele. Un duendecillo burlón que se ríe de mí y no se deja atrapar. Pero, a veces, de repente, tu recuerdo me asalta y, por un momento, casi creo poder tocarte. Luego te desvaneces. Es mejor así. No me reconocerías en este viejo cansado y solitario que ahora soy, que sonríe con descaro por evitar que sus ojos traicionen el dolor.

Es difícil hacerse viejo, mi amor. Asumir incrédulo el reflejo de un espejo, luchar contra la inseguridad y el miedo, contra el desconsuelo, contra este desamparo…

Hoy estoy triste. Tal vez, aunque me niegue a reconocerlo, me siento solo. Por eso, como siempre, recurro a ti. Al recuerdo de tu risa, de tus palabras, de tus miradas, de tus silencios. A la magia del hada que un día traspasó mi vida y me hechizó para siempre. Gotitas de alegría que curan el dolor del alma. Continuar leyendo «Cenizas»

Destino final

 

Hubo un tiempo en que ésta fue una región de extraordinaria hermosura. Árboles majestuosos se alzaban en ella, arroyos de aguas claras y resplandecientes regaban sus tierras y todo el terreno se hallaba cubierto por flores multicolores y el más verde césped que jamás nadie hubiera podido imaginar. En lo alto de la colina, imponente, se alzaba un castillo donde alguna vez con justicia y benevolencia gobernó un rey, donde una bella princesa tal vez soñó la magia y la felicidad.

Nada queda ya de todo aquello. Ni un árbol ni una casa rompe el perfil de la inmensa llanura que en todas direcciones se extiende hasta parecer juntarse con el cielo. Ha calcinado el sol la tierra y todo es gris. Tiene el castillo ahora la misma tonalidad plomiza y opaca de cuanto le rodea y jamás sus habitantes sonríen, siempre en su rostro una expresión solemne y dura, olvidados ya de lo que fuera la alegría. Un maléfico espíritu parece habitar su alma y a nadie son capaces de amar. Nunca pudo hacerlo quien un día perdió su corazón. Continuar leyendo «Destino final»

Dulces sueños

 

Había una vez una barca que soñaba con el mar. Soñaba despertar en mañanas plácidas, suaves y benignas, navegar tardes de sol hasta que el ocaso tiñera de naranja el horizonte, hasta ese instante en que poco a poco el mar cambiaba de color: del verde al azul, del azul al añil y por último casi al negro, peces diminutos nadando entre algas y corales, olas brillantes, blanquísimas y juguetonas salpicando su casco, cientos de gaviotas bajo un cielo inmenso y solitario. Soñaba con playas de arenas blancas, pescadores remendando sus redes con la última luz del día, olor a sal, la romántica voz de un vapor en alta mar… la aventura misteriosa de algún velero espectral, el cofre del tesoro de cualquier pirata con suerte. Soñaba la libertad. Continuar leyendo «Dulces sueños»

Reproches

 

¿Es que no tuviste bastante?, ¿por qué me torturas así?. Me obligas… Y no quiero pero tú me obligas. Siempre. Una y otra y otra vez. Mira en lo que me has convertido…

Una mujer de mejillas flácidas, ojos hundidos y tez demacrada ─destinataria única, una vez más, de aquel monólogo interminable─ tiembla en silencio, acurrucada en el más triste rincón de una habitación, como ella, sombría y devastada. Continuar leyendo «Reproches»

De aquí a la eternidad

 

Desde una viga del techo se ve  tan diferente la vida que no sé cómo nunca hasta ahora se me ocurrió subir. Desde las alturas y con cierta distancia por arte de magia, abracadabra, en  un instante empequeñece cualquier problema. Se está bien aquí. Magnífica perspectiva y tanta paz… No recuerdo cuándo ni cómo subí, he perdido la noción del tiempo, me temo. Oigo a mi esposa chillar. Llora. Parece asustada. Aquí arriba, amor, le digo, ya voy… pero ella no me escucha. ¿Por qué? ¿qué ocurre…?. Salgo de pronto disparado desde el techo. Asciendo suavemente entre nubes de algodón. Luz cegadora… Comprendo y sonrío. Continuar leyendo «De aquí a la eternidad»