Vértigo

 

«¡Un accidente!», escucho gritar a lo lejos. Una imprudencia, un despiste, un error… dirán luego. No. No lo ha sido en absoluto. Nada de lo ocurrido sucedió por accidente. Y tal vez sea esa incomprensión lo que en el fondo más me duela. Una eternidad sobrevolando bajo esta mágica capa de súper héroe los abismos del mal, del dolor, de la miseria; contemplando a vista de pájaro la fragilidad de la vida, tantísimo desconsuelo… Imposible era salir indemne, debieran saberlo. El desengaño y la frustración, también la soledad, hace ya mucho que devoraron mi alma. Nadie sin embargo se dio cuenta; soy bueno disimulando. Pero hay días en que la desesperación y el infinito cansancio que de un tiempo a esta parte siempre me acompaña al fin vencen. Esos días, días como hoy, encaramado unas veces a la más alta azotea de la ciudad, al campanario de cualquier iglesia olvidada y ya sin nombre otras, cruzo los dedos, libero en un suspiro la ansiedad atrapada en mis pulmones, me asomo retador al vacío y, olvidado un instante de mi esencia inmortal −eterno hombre de acero− con conmovedora ingenuidad, murmuro: «tal vez hoy…». Cierro los ojos, ofrezco mi cuerpo al abismo y, en un breve latido de esperanza, entonces sonrío.

 

 

 

Relato publicado en el nº 4 (diciembre 2019) de la revista «El Tintero de Oro Magazine»

 

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