
Con mucha frecuencia uno alcanza la madurez por medio del naufragio y los desastres
Publicado en 1945 y llevado, dos años después, al cine por Joseph Mankiewicz, «El fantasma y la señora Muir» es un clásico de la literatura inglesa que la editorial Impedimenta recupera ahora en castellano por primera vez. Una historia original y divertidísima, delicada y amable en la forma pero también conmovedora y muy profunda respecto al tratamiento de los temas que subyacen de fondo.
Repleta de detalles y en tono de comedia, la trama se adentra en la vida de Lucy Muir, una joven viuda con dos niños pequeños que, por saldar las deudas pendientes tras la muerte de su esposo y queriendo, sobre todo, huir del menosprecio y la tiranía a que su familia política la ha tenido siempre sujeta, decide instalarse en un pintoresco pueblecillo costero, lejos de Londres. Allí, a muy buen precio, alquila una casa sobre la que pesa, al parecer, la leyenda de una maldición: el rumor de un espíritu atormentado entre sus muros que aterroriza a quienquiera ose traspasarlos.
Ese espíritu rebelde, atrapado entre cielo y tierra, es el del capitán Daniel Gregg, feroz lobo de mar, bravucón y deslenguado, antiguo dueño de la casa que, lejos de asustar a Lucy, pronto se convertirá en su más leal confidente.
La relación que surge entre ellos, la complicidad, los enfados, los pactos de convivencia, el modo en que, poco a poco, se van adaptando uno a otro, es el hilo argumental que recorre una historia dominada por el empeño de libertad de su protagonista, de una mujer presa de unos convencionalismos e hipocresías sociales que no logra aceptar pero contra los que tampoco se atreve a luchar directamente.
La evolución personal de Lucy a lo largo del tiempo, sus reflexiones y el cambio de actitud frente a determinadas circunstancias resultan muy significativos en ese sentido y quizá sean también reflejo de la situación personal de la propia autora, R.A. Dick (1898-1979), pseudónimo masculino que hubo de utilizar Josephine Campbell para poder ser publicada.
Entre líneas, con mucha sutileza e ironía, pero de forma clara, la crítica hacia el papel de la mujer en unos años, tras el final de la Segunda Guerra Mundial, en que, pese a la independencia que durante ella había alcanzado, se ve de nuevo relegada al ámbito de lo doméstico, resulta evidente: ese modo en que vuelve a ser encorsetada por la intransigencia de lo apropiado y sometida a la voluntad de padres y maridos.
«No es que su vida hubiera sido infeliz es que, sencillamente, no había sido suya en modo alguno», recalca la narración en un momento determinado.
El fantasma del capitán es, pese a todo, el alma del libro: quien provoca situaciones delirantes o cuestiona el orden establecido, quien carga de ingenio cada aparición y salpica de humor cada diálogo, pero también quien tiñe de ternura una relación imposible, desafiando las fronteras de la muerte para consolar la soledad de su inquilina.
A modo de contrapunto, la galería de secundarios aparece magníficamente perfilada y contribuye a dar vida a escenarios, situaciones y recrear una realidad y un costumbrismo muy logrados.
Preciosa historia, delicada y brillante, con algún que otro guiño a «El fantasma de Canterville» y «Otra vuelta de tuerca», cuya estela parece seguir, para abordar con elegancia e inteligencia la importancia del amor y lo fundamental de no renunciar nunca a la búsqueda de la propia felicidad.
Señalar, finalmente, respecto a la película de Mankiewicz la fidelidad que, pese a alguna licencia argumental, mantiene en todo momento al espíritu de la novela, así como el ritmo (importantísima la música), la luz y la belleza que impregna cada escena.