Crimen de germanía

 

El poder cree que las convulsiones de sus víctimas son de ingratitud

Rabindranath Tagore

Las campanas de la catedral tañen al toque de maitines. Pronto amanecerá. Las horas se arrastran lentas y el alba apenas todavía rasga la penumbra. Aislado en su mazmorra, con la sola compañía de sus oraciones y el escalofriante arañar de las ratas sobre la paja del jergón que por unas horas ha acogido su reposo, Mosen Joan ha pasado la noche en vela, fija la mirada en el ínfimo rayo de luz que por el ventanuco de su celda con intermitencias se filtraba, inquieto por los gritos y lamentos que tras rejas y paredes presentía, atento al miedo y la desesperación de sus compañeros de infortunio, al turbador murmullo de los operarios que, al otro lado del muro, despreocupados e inmisericordes, durante toda la madrugada prepararon el cadalso. Su ánimo ahora está sereno pero no se engaña, no duda de su suerte. Aquí, en la insigne y muy noble ciudad de Valencia, este nueve de agosto del Año del Señor de 1524 concluye su vida. Nunca para el crimen de germanía −y de ello una oscura conspiración lo acusa− hubo clemencia. Jamás ante tan horrible infamia mostró piedad la virreina. Él sabe que va a morir. Sabe también que el trance no será indoloro y eso le asusta. Pero su alma está en paz y a Dios la fía. Continuar leyendo «Crimen de germanía»

Thompson, Flora: Trilogía de Candleford

 

Conocían el hoy olvidado secreto de cómo ser felices con muy poco

Novelista y poeta autodidacta, Flora Thompson (Oxfordshire, 1876 – Brixham, 1947) es conocida principalmente por su Trilogía de Candleford (Colina de las AlondrasCamino de Candleford y Candleford Green), clásico de la Inglaterra rural victoriana inspirado en su propia infancia y juventud, llevado en alguna ocasión al teatro y, gracias a una serie de la BBC, también a la televisión.

Traducido por primera vez al castellano y presentado en un único tomo, la editorial «Hoja de Lata» recupera ahora el relato de unos años, los últimos del S. XIX, donde ya se vislumbraban los avances científicos,  la industrialización y los grandes  cambios que consolidaría el nuevo siglo. Continuar leyendo «Thompson, Flora: Trilogía de Candleford»

Pérez Galdós, Benito: Marianela

 

¿Y las estrellas qué son?

Las estrellas son las miradas de los que se  han ido al cielo.

Pionero y máximo representante del realismo español, Benito Pérez Galdós (1843-1920) ha llegado también a ser reconocido por buena parte de la crítica como el mejor novelista en lengua castellana tras Cervantes. Autor tremendamente prolífico (novelista, dramaturgo, articulista…), su obra continúa vigente cien años después de su muerte y el humanismo que la recorre continúa emocionando.

«Marianela» es la que cierra el ciclo de las llamadas novelas ideológicas o novelas de tesis y, al parecer, una de las favoritas del autor.

La historia relata la relación que, en un pequeño pueblo del Norte de España, surge entre Nela, una joven huérfana, pobre y no muy agraciada físicamente y Pablo, un muchacho ciego de posición acomodada, a quien ella sirve de lazarillo, que no tardará en enamorarla y llenar su cabeza de ilusiones e imposibles. Continuar leyendo «Pérez Galdós, Benito: Marianela»

Dovlátov, Sergei: La maleta

 

Observé la maleta vacía. En el fondo Karl Marx. En la tapa, Brodsky. Y, entre ambos, una vida perdida, única y sin precio 

Periodista y escritor soviético, Serguei Dovlátov (1941-1990) fue uno de los intelectuales más reconocidos a nivel internacional durante  la segunda mitad del S.XX. Pese a ello, su obra apenas resulta todavía conocida en España. Pasó infancia y juventud en Leningrado (actual San Petersburgo) donde malvivió gracias a diversos empleos que compaginaba con su labor de periodista. Incapaz de burlar la censura de la URSS donde sus escritos nunca llegaron a ser publicados y tras lograr pasar algunos de ellos a Europa de contrabando, finalmente marchó a Nueva York en 1979 donde viviría hasta su muerte en 1990 a la edad de cuarenta y ocho años. Continuar leyendo «Dovlátov, Sergei: La maleta»

Tiempos de plomo

 

Una niña sonríe de frente al objetivo. Una niña de pelo oscuro y ondulado echado hacia un lado, guiño pícaro en la  mirada y gesto divertido. Dulce imagen de otro tiempo que acuna entre sus pliegues un latido de felicidad.

Es una foto pequeña, en blanco y negro. Una vieja instantánea cosida ahora al envés de su chaqueta. Lo único que tiene. Lo único que importa. Un tesoro que, en las noches frías, le calienta el corazón.

Con dedos sucios de barro, Otto roza las aristas de la fotografía y suspira. Se siente tan cansado. Tiene tanto miedo…

Parpadea con fuerza para ahuyentar el llanto que amenaza desbordar sus ojos, traga el desconsuelo anudado a su garganta y se obliga a caminar.

 Un paso. Luego otro. Y otro. Y otro más.

 Avanzan despacio, en silencio, enfrascados todos en idénticos pensamientos, atormentados por idénticos presagios, sin aliento, sin alivio ni esperanza. Una columna de hombres demacrados y exhaustos abandonados a su suerte en medio de ningún lugar.

Una nube de cenizas cae de pronto sobre ellos, oscurece el cielo y aletea en el aire.

 Tras los árboles, al otro lado del camino, arden las cámaras de gas.

 

 

 

Esta Noche Te  Cuento

Arikawa, Hiro: A cuerpo de gato

 

Haberme convertido en su gato me hizo la criatura más feliz del mundo. Esas cosas, tarde o temprano, hay que decirlas…

 Primer libro traducido al castellano de la escritora japonesa Hiro Arikawa, «A cuerpo de gato» es la historia de un amor y una amistad, de la especial relación y los vínculos que poco a poco se van forjando entre Nana, un gato callejero acostumbrado a la soledad, y Satoru, el joven que una noche lo salva del abandono cuando, cerca  de su casa, lo halla herido en una pata.

Tras cinco años de convivencia y por circunstancias que a su debido tiempo irá desvelando la narración, Nana y Satoru emprenden un viaje en busca de un nuevo dueño para el animal y es a través de esa aventura y del relato que el propio Nana hace de ella como vamos conociendo las contingencias de la vida y el pasado de Satoru. Continuar leyendo «Arikawa, Hiro: A cuerpo de gato»

Tolstói, León: Relatos de Yásnaia Poliana

 

Hablaba poco, nunca se reía y a menudo rezaba a Dios

Localidad natal de León Tolstói, Yàsnaia Poliana da también nombre a  la escuela y  la revista que él mismo fundó para exponer las experiencias y conocimientos pedagógicos adquiridos durante sus viajes por Europa. Tolstói siempre consideró la educación un asunto esencial para el buen funcionamiento de una sociedad −la de los zares− con unos índices de pobreza y analfabetismo desoladores. Empeñado en revertir la situación y poner de manifiesto la importancia de implantar métodos de enseñanza adaptados a la situación y necesidades de los alumnos, creó una escuela con una metodología distinta y muy innovadora para la época.

Así, entre los años 1871 y 1875 redactó seis volúmenes de cuentos destinados a enseñar a leer y escribir a sus alumnos. La editorial «Reino de Cordelia» recopila ahora una selección de los mejores en una edición que incluye también «El prisionero del Cáucaso», cuento largo que el autor pulió durante años hasta convertir en una pequeña joya de la literatura. Continuar leyendo «Tolstói, León: Relatos de Yásnaia Poliana»

Youngson, Anne: Nos vemos en el museo

 

¿Alguna vez te has fijado en la hoja de un helecho cuando se despliega?

Tina Hopgood, una granjera inglesa dedicada por completo a su familia, decide un día contactar por carta con un viejo profesor de arqueología que cincuenta años atrás, en el prólogo de una de sus obras, le había agradecido −a ella y al grupo de estudiantes del que por entonces formaba parte− el interés por sus investigaciones sobre el hombre de Tollund, un ser perteneciente a la Edad del Hierro cuyos restos constituyen ahora la pieza más destacada de la colección del museo de Dinamarca que los exhibe.

Poco después Tina recibe respuesta del conservador del museo, Anders Larsen, comunicándole el fallecimiento del investigador pero tratando también de dar respuesta a sus preguntas e invitándola a visitar el centro. Continuar leyendo «Youngson, Anne: Nos vemos en el museo»

Elisa

 

El día de su ochenta cumpleaños Fernando despertó temprano. Una punzada de inquietud latía entre sus sienes y una inoportuna desazón aguijoneaba su ánimo. A su lado, Elisa se removió intranquila. «Duerme, mi vida, duerme −le acarició la frente con dulzura− es pronto todavía». Harto de dar vueltas en la cama, puso al fin un pie sobre la alfombra, luego el otro, se calzó las zapatillas y, con paso vacilante, acomodó sus viejos huesos sobre el sillón de cuero junto al balcón del dormitorio.

Las voces de un borracho sacudieron el silencio de la calle. Un estornino revoloteó tras el cristal. Entre las nubes el alba despuntaba.

Aquel había sido siempre el balcón de Elisa, su escondite favorito. Las tardes de verano, abiertas las puertas de par en par, arrimaba la butaca al rodapié y dejaba pasar las horas con un libro o la cesta de costura en las rodillas. En invierno, enfundada en su grueso chal de lana, se acodaba sobre la barandilla de forja para verlo regresar por la vereda del parque, a la vuelta del trabajo. Le gustaba escuchar el alboroto de los niños, aspirar el perfume de los árboles, sentirse parte de la vida de la calle. ¡Qué bien se estaba allí!, ¡qué paz!, ¡qué suerte!, suspiraba siempre cuando él la sorprendía ensimismada y su presencia la sacaba del hechizo.

El recuerdo estampó una sonrisa en el rostro de Fernando e inundó sus ojos de llanto. La emoción lo asaltaba de improviso. No lograba controlarla y lo golpeaba en cualquier momento, a traición, como un boomerang. «¡Serás bobo!», musitó mientras se secaba las lágrimas de un manotazo y se levantaba dispuesto a asearse y preparar café.

Regresó poco después empujando un pequeño carro camarera con el desayuno. El temblor creciente de sus manos no le permitía ya transportar una bandeja sin percance y aquel carrito que encontró arrumbado en un rincón de la despensa le resolvió el problema.

Se acercó a la ventana, descorrió las cortinas, conectó el reproductor de música y, al son de Schubert y su novena sinfonía, fue a despertar a Elisa. Despacio, muy despacio.

Las mañanas eran malas, amanecía desorientada, él era para ella un extraño y, a veces, gritaba de espanto. La música la calmaba. Fernando había ido aprendiendo poco a poco los trucos para traerla de vuelta y apenas descubría un destello de reconocimiento al fondo de sus ojos cansados, sonreía feliz −«buenos días, amor»−, hundía una tostada  en el café y se la hacía tragar con paciencia de monje tibetano.

Los primeros signos de la enfermedad habían comenzado años atrás: pequeños despistes, palabras perdidas, momentáneas ausencias. Nada preocupante en apariencia pero ella lo adivinó enseguida. Algo andaba mal en su cabeza, algo que se esforzó por combatir sin miedo y la obligó a vivir con un raro sentimiento de urgencia, a proteger momentos, a ocultar el desconsuelo. Fue entonces cuando inició el diario que Fernando leía y releía ahora en sus noches de insomnio. Frágil bitácora de un tiempo que no logró derrotar al olvido. El mal de Alzhéimer se había apoderado ya por completo de su cuerpo y de su espíritu. La había devorado con ferocidad de alimaña. Y sin embargo…

Sin embargo, algunas veces el milagro ocurría y un relámpago imprevisto la rescataba del lugar donde se hallaba perdida. Fernando vivía para aquellas victorias, las atesoraba con avaricia de usurero y las anotaba en el diario donde él −esforzado guardián de la memoria− había continuado fielmente el relato de sus vidas, de su desencanto pero también de su alegría.

El timbre de la puerta lo sacó de su abstracción con un respingo. Angélica, la enfermera de Elisa, llegaba puntual. Mientras ella la vestía y la obligaba a moverse practicando su rutina de ejercicios, él bajaría a comprar unos pasteles y una botellita de champán,  le dijo con un guiño pícaro, casi infantil. «Hoy es mi cumpleaños y un día es un día». Por la tarde los tomarían de merienda, sentaría a Elisa en su balcón y, al enlazar sus dedos a los suyos, una súplica muda anudaría su garganta: «regresa, mi amor, regresa; quédate conmigo».

 

 

 

Primer premio «Relatos Compulsivos». Junio 2020

Literautas

Curiosón invitado

Tibuleac, Tatiana: El verano que mi madre tuvo los ojos verdes

 

Porque los seres humanos están destrozados y buscan cosas destrozadas

Primera novela  de la periodista rumana Tatiana Tîbuleac, «El verano en que  mi madre tuvo los ojos verdes» es la historia de un desencuentro y una reconciliación, el relato del último verano compartido con su madre que, muchos años después, Aleksy, reconocido pintor inmerso ahora en una profunda crisis creativa,  debe afrontar como parte de la terapia impuesta por su psiquiatra.

Aquella mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás. Yo la miraba desde la ventana mientras ella esperaba a la puerta de la escuela como una pordiosera. La habría matado con medio pensamiento.

De este modo arranca la historia y de este modo, con tal crudeza, comienza Aleksy a desgranar el recuerdo de aquel verano, ya tan lejano, de su adolescencia; de un tiempo repleto de rabia y rencor hacia la madre, de vacío y soledad, de angustia e impotencia ante el futuro. Continuar leyendo «Tibuleac, Tatiana: El verano que mi madre tuvo los ojos verdes»