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Reproches

 

¿Es que no tuviste bastante?, ¿por qué me torturas así?. Me obligas… Y no quiero pero tú me obligas. Siempre. Una y otra y otra vez. Mira en lo que me has convertido…

Una mujer de mejillas flácidas, ojos hundidos y tez demacrada ─destinataria única, una vez más, de aquel monólogo interminable─ tiembla en silencio, acurrucada en el más triste rincón de una habitación, como ella, sombría y devastada. Continuar leyendo «Reproches»

De aquí a la eternidad

 

Desde una viga del techo se ve  tan diferente la vida que no sé cómo nunca hasta ahora se me ocurrió subir. Desde las alturas y con cierta distancia por arte de magia, abracadabra, en  un instante empequeñece cualquier problema. Se está bien aquí. Magnífica perspectiva y tanta paz… No recuerdo cuándo ni cómo subí, he perdido la noción del tiempo, me temo. Oigo a mi esposa chillar. Llora. Parece asustada. Aquí arriba, amor, le digo, ya voy… pero ella no me escucha. ¿Por qué? ¿qué ocurre…?. Salgo de pronto disparado desde el techo. Asciendo suavemente entre nubes de algodón. Luz cegadora… Comprendo y sonrío. Continuar leyendo «De aquí a la eternidad»

La chica de los girasoles

 

Hoy me acordé de ti. No sé por qué. Tal vez porque es verano, hace calor y es época de girasoles. Durante mucho tiempo te vi bajar del tren, tarde tras tarde, a esa hora en que  la mayoría de la gente regresa a casa tras el largo día laboral. Seria, sola, fatigada, con aspecto de llevar sobre tus hombros cansados el peso de un mundo a punto siempre de desmoronarse. Una mujer joven todavía, ojos oscuros y profundos y un raro halo de misterio en la mirada. Acostumbrada a esconder sus sentimientos. Quizá endurecida pero valerosa y fuerte. Eso me parecías. Aunque lo que al fin me cautivó y, sin que jamás hubieras podido llegar a imaginarlo, me hacía buscarte cada tarde en el andén y me conmovía de un modo extraño era la sonrisa fugaz que por un instante iluminaba tu rostro cuando, antes de perderte de nuevo entre la multitud, te detenías un momento frente al pequeño puesto de flores de la estación, rebuscabas en tu bolso unas monedas y elegías con cuidado un girasol. Dorado, cálido, luminoso. Nunca ninguna otra flor. Siempre un girasol. Ardiente y bello. Luego, un día, dejé de verte. Te llamabas Cristina. Lo supe tiempo después, al descubrir de improviso tu fotografía bajo un texto breve y sin alma que, en la crónica de sucesos de un periódico local, hablaba de dos pequeños huérfanos, un marido arrepentido a destiempo y alguna estadística dolorosa y fría. Lloré entonces mi rabia y tu impotencia. Lloré el horror, la desesperanza, el desconsuelo… y grabada en mi recuerdo quedaste para siempre como la chica de los girasoles. La chica de la mirada herida a quien la belleza imprevista de una flor embrujada por el sol, regalaba cada tarde una esperanza y robaba una sonrisa. Continuar leyendo «La chica de los girasoles»

Nuevos tiempos

 

Me acuerdo de mil y una  noches repletas de estrellas, del brillo de la luna llena,  de aquellos mágicos amaneceres cubiertos de rocío…

Me acuerdo del olor a jazmín, del tañido melodioso de las campanas meciendo dulcemente el despertar de la ciudad. Una ciudad ya para siempre convertida en nostalgia…

Me acuerdo de las risas; de los sueños; de la alegría y la esperanza.

Me acuerdo de la inocencia y la ternura.

Me acuerdo de ti.

 Y olvido. Sí, también algunas veces olvido…

 Olvido con infinito esfuerzo que un día el tiempo se volvió contra mí.

Olvido la oscuridad y el cansancio; el frío y la tristeza.

Olvido la devastación; el miedo; los llantos; la rabia y el dolor.

Olvido el silencio eterno de las fotografías; este desamparo; la expresión rota de tu rostro cuando lo impensable sucedió…

Olvido que mi corazón junto al tuyo se detuvo y que hay heridas que no cicatrizan jamás.

  Y entonces, al fin, sólo en ese instante dulce y cálido donde la desmemoria triunfa, un recuerdo antiguo espejea en mi mirada y un destello de felicidad salpica mi alma…

  Recuerdos de la vida que fue. Recuerdos de una vida ligera y suave. De mi vida antes de la huida y el horror. Recuerdos de Alepo. Continuar leyendo «Nuevos tiempos»

Una historia de amor

 

Laura se ha ido. Sin ruido. Tranquila y en silencio. Arropada por la luz cálida de una mañana de principios de septiembre con tintes de otoño. Casi de improviso. Vencida tan rápido por la enfermedad que a cada instante me descubro todavía con una súplica en los labios, cruzados los dedos a la espalda, rezando por despertar de esta pesadilla cruel y verla de nuevo sonreír, arreglar con mimo las rosas del jardín, pasear por el parque de los tilos −como tantas veces− al atardecer de un día  de verano, releer ensimismada tras los cristales de cualquier café las historias de Jane Austen o las hermanas Brontë, siempre sus favoritas, romántica impenitente como fue.

Duele el recuerdo, duele la nostalgia y tanta soledad. Y duele, como jamás hubiera podido imaginar, más allá de la rabia o el desgarro, la certeza implacable de que ese tiempo pasó y nunca volverá, de que este desamparo, este dolor que se anuda a mi garganta y no me deja respirar, será ya para siempre mi única realidad. Y me siento de pronto tan perdido… Continuar leyendo «Una historia de amor»

Heridas de amor

 

La escena era tan perfecta que no parecía real. Un fotograma cándido y almibarado de aquellos melodramas tan de moda en los años cincuenta, tan trágicos y tan románticos, que a los dos nos cautivaban sin remedio (sí, también a mí, lo reconozco, aunque siempre renegara un poco cuando tú elegías la película e inútilmente −bien lo sé− tratara de mantener mi pose de tipo duro e insensible): la cabaña de madera, acogedora y cálida como un cuento infantil, el alegre crepitar de las llamas en la chimenea, la nieve luminosa, mágica y bella, cómplice al otro lado del cristal aislándonos lentamente del mundo, tú y yo… Sombras del pasado, pícaras y burlonas,  asaltan de improviso mis noches. Duele tu recuerdo, hace tanto tiempo ya convertido en nostalgia, duele mi soledad, duele la infinita tristeza que, desde que tú no estás, habita mi alma. Y a  veces −sólo a veces− por un momento casi creo poder de nuevo alcanzarte. Apareces entonces frente a mí, el aroma de tu perfume −eco lejano de un tiempo antiguo y más feliz− por completo me hipnotiza, extiendo hacia ti mis manos, intento rozar tu rostro, en mi memoria para siempre detenido… y, de golpe, en humo te deshaces. Sueño contigo. El mundo entonces un instante se ilumina. Insoportable desconsuelo al despertar. Sucedió que soñé que sonreías. Sucedió que en sueños fui feliz. Continuar leyendo «Heridas de amor»

Gritos ahogados

 

Flota en el aire una cierta inquietud. La noche, cargada de oscuros presagios, se desploma triste sobre el mundo. Hace frío y tengo miedo, mucho miedo, tanto como nunca hubiera podido imaginar, mucho más. Perdida en medio de esta multitud desconocida que se agita nerviosa e inquieta, temerosa de que el amanecer ponga punto final a su triste peregrinar, me siento de pronto tan sola, tan pequeña, tan desamparada… Un dolor inmenso atraviesa mi alma y en mil pedazos diminutos la rompe. No puedo dormir, tampoco llorar. Escribo para no enloquecer. El destello triste y furioso, cómplice y desesperanzado de una estrella solitaria me acompaña y por un instante ilumina el desconsuelo de mi noche. Atrapada −siempre, una vez más− en el lado equivocado de la frontera, fantasma olvidado de cualquier guerra sin nombre, al mar inclemente que pronto ahogará mis sueños ruego en esta hora, como último consuelo, me acoja hospitalario en su fondo más oscuro y a la marea impida arrastrar mi cuerpo deshecho hacia la indiferencia del mundo. Continuar leyendo «Gritos ahogados»

Amor ignífugo

 

Cuando se prendieron las cortinas de la cocina nadie sospechó que aquello no era un accidente aunque, pensándolo bien, puede que a la mirada de mamá ya entonces asomara la sombra de una duda. Difícil siempre engatusarla… La cocina sólo fue el principio y, sí, reconozco que el asunto se me fue ligeramente de las manos. Una tras otra ardieron todas las habitaciones de la casa y ahora estos espeluznantes matasanos me rodean curiosos y hablan de instintos suicidas y pirómanos. ¡Criaturas ignorantes!. Nada saben de amor… Si lo hubieran visto batirse por  mí contra las llamas… Tal vez yo debiera explicárselo pero, ¡ay!, me da tanta vergüenza… Continuar leyendo «Amor ignífugo»

Encrucijada

 

El masajista no tardó en reconocer aquel lunar bajo la nuca y cuando lo hizo un escalofrío recorrió su cuerpo. La memoria de un tiempo antiguo, doloroso y oscuro, un tiempo que durante toda una vida quiso olvidar, lo asaltó de golpe. Supo en ese momento que la suerte estaba echada y un cansancio infinito que tal vez fuera resignación, tal vez alivio por haber de afrontar al fin lo que siempre y tanto temió, fue lo único que sintió. Años eternos de espanto infantil, chispazos de horror revividos en un instante mientras sus manos, siempre asépticas y profesionales, luchaban ahora contra aquella pulsión irrefrenable sobre la piel del mismísimo diablo. Continuar leyendo «Encrucijada»

Confesión

 

He matado a un hombre. Otro. Uno más. Hace exactamente dos horas y diecisiete minutos. No ha sido el único, ya digo. Hubo otros antes. Muchos. Siempre con premeditación y alevosía. A sangre fría. Así actúo. Lo confieso ahora sin dolor, sin culpa ni arrepentimiento. Y no busco perdón. Tampoco acallar mi conciencia. Sólo ocurre que por alguna extraña razón que ni yo misma del todo comprendo, sentí de pronto el impulso de contar lo sucedido. Quizá busque en el fondo −sí, todo es posible− algo de comprensión. Quién sabe.

Difícil, en cualquier caso, me resulta precisar con exactitud cuántos hombres murieron o quedaron, a lo largo de los años, malheridos por mi causa. Pero sé, y absoluta es mi certeza, que este último que tal vez ahora aún se debata entre la vida y la muerte, agonizante, sin todavía dar crédito (nunca lo hacen) a lo ocurrido,  no será el último. Continuar leyendo «Confesión»