Domingos de fútbol

 

Tarde de domingo. Por fin. Nunca le gustó el fútbol, sigue sin gustarle y, sin embargo, de un tiempo a esta parte, María adora las tardes de fútbol y domingo.

Arranca el carrusel deportivo, escucha a lo lejos los primeros acordes de su inconfundible sintonía y, sin apenas darse cuenta, casi casi a traición, sus labios se curvan en algo parecido, muy parecido, a una sonrisa. Inevitable la melancolía, atravesada de pasado y de nostalgia, al instante piensa en sus hermanos: Javier y Pablo.

Y, uno tras otro, se le amontonan los recuerdos. Continuar leyendo «Domingos de fútbol»

Escamada

 

¡Qué susto! ¡Y qué vergüenza! ¡Si hubierais visto cómo corrí! En un instante comprendí lo que sucedía y escapé de allí. ¡Ay, Dios! ¿Qué habrán pensado de mí? Pero, ¿qué otra cosa podía hacer si ya empezaba mi cuerpo a transformarse? Pensé que no lo lograría, que descubrirían mi impostura y me enjaularían para siempre como a un vulgar monito de feria. ¿Y qué creéis que hubiera sucedido entonces? Expuesto mi secreto a la curiosidad malsana de tanto entrometido, mi vida ya nunca habría vuelto a ser la misma. Sé que yo no hubiera podido soportarlo y por eso fue que me asusté tanto. Sí, me asusté muchísimo, lo reconozco. Y pese a todo… ¡Ay! ¡Haber tenido que huir de esa manera! ¡Quién iba a imaginarlo! Y justo, lástima, cuando mi plan rodaba ya a las mil maravillas. Aquella hechicera maldita tuvo la culpa ¡mira qué confundir el embrujo…! ¡Las doce campanadas pertenecen a otro cuento! Todo el mundo sabe que nunca ─¡nunca jamás!─ tuvieron nada que ver con el mar y sus sirenas. Continuar leyendo «Escamada»

Éxodo

 

Habían pasado dos años desde que la fatalidad se enredó a mis días, dos larguísimos y angustiosos años de rabia e incertidumbre, cuando perdí toda esperanza y comprendí que aquel episodio de mi vida no habría de ser −¡con qué facilidad en un primer momento me engañé!− una circunstancia pasajera. Asumí de golpe en ese instante que estaba solo, abandonado por completo, herido de  muerte.  Me abandonaron, sí. Todos. Muy poco a poco primero y a la carrera después. No les culpo. No lo hice entonces y tampoco habré de hacerlo ahora. Resistieron a mi lado hasta el último momento, mucho más allá de lo conveniente y sin duda de lo sensato o de lo prudente. Fue, reconozco, cuestión de supervivencia. Debo admitir también por mucho que duela −y cierto es que en lo más hondo del alma me duele− que el día menos pensado yo los hubiera acabado matando. Marcharon resignados, con lágrimas en los ojos y el corazón en pedazos, prometiendo un regreso que ahora sé nunca llegará. Continuar leyendo «Éxodo»

Cómicos

 

Mi vida cambió para siempre −quizá sería más acertado decir que de veras comenzó− una tarde de diciembre. Una de esas tardes invernales de oscuridad temprana y frío inmisericorde en que, recuerdo, había llovido sin tregua y, como por entonces solía ocurrir −tanto tiempo hace ya que casi parece imposible− agua y lodo habían vuelto intransitables las calles en algunos trechos. Una pequeña compañía de artistas, tan pequeña que ni nombre tenía, acababa de llegar al pueblo y la lluvia estuvo a punto de arruinar su primera función.  Por suerte, no lo hizo.

No eran aquellos buenos tiempos para los cómicos. Ninguno lo fue nunca, en realidad. Aunque la nostalgia endulce ahora el recuerdo e, incluso a mí, hoy pueda parecer romántica y hasta divertida la vida que aquellos trotamundos −pobres actores sin suerte− llevaban: hoy aquí, mañana allí, siempre de pueblo en pueblo, de camino en camino, bultos, alegrías, desamparos, sueños, tristezas e ilusiones al hombro… no, no lo eran en absoluto. Continuar leyendo «Cómicos»

Pérfida deserción

 

No sé qué hacer ¡Ay! Se niega a volver y, por mucho que lo intente −y de mil modos lo hice− incapaz soy ya de convencerla. He suplicado, implorado, llorado hasta la humillación. Y, aunque algo me avergüenza reconocerlo, si se fijan un poquito podrán ver todavía estos tristes ojos míos húmedos de autocompasión. Mas nada la conmueve. Se muestra implacable, la muy perversa. Indiferente por completo a mi dolor y fría como el hielo. Sabe que su ausencia me parte el alma porque yo creí de veras que lo nuestro era real y de pronto este abandono… «Solo intento ponerte a salvo de tus ilusiones», pícara y malévola, me susurró al marchar. Indescifrable jeroglífico para mí. Y vuela el tiempo, apremian plazos y mecenas y esta musa traidora, caprichosa, veleidosa… no regresa. Continuar leyendo «Pérfida deserción»

Una tarde de primavera

 

Bernardo Gómez perdió la cabeza una tarde de primavera. Hacía calor y un aroma dulce a vainilla y miel flotaba en el aire. Bernardo Gómez no lo notó. Caminaba como un autómata hacia el trabajo, puntual, catalogando en su mente −urgentes, muy urgentes, extremadamente urgentes− las tareas amontonadas sobre su mesa, las llamadas telefónicas que habría de atender aquella misma tarde sin más dilación, los informes de cuentas aún por revisar… Era Bernardo Gómez un hombre en extremo responsable, grave, prudente, concienzudo, un mago de las finanzas, el valor en alza de la empresa, el hombre del momento, ese hombre que acapara siempre las miradas ante cualquier problema o difícil situación. Pero era también −no resulta arriesgado en exceso decir a causa de todo ello− un hombre gris, un hombre gélido, aburrido, triste y ceniciento, incapaz de percibir el dulce aroma a vainilla y miel que algunas tardes de primavera, cálidas y particularmente luminosas, flota en el aire. Continuar leyendo «Una tarde de primavera»

Daños colaterales

 

Presiento −y no preciso para ello recurrir a la dotes adivinatorias que tantos me adjudican− son ustedes parte de ese tipo de personas que adora la primavera. No es un reproche, no ¿cómo iba a serlo? se trata sólo de una simple observación. Y es que son legión los entusiastas de tal estación. Tal vez hasta ahora no hubieran reparado ustedes en ello o no hubieran prestado al asunto la atención que a mi juicio merece pero, créanme, yo sé bien de lo que hablo. Pregunten, pregunten a cualquiera y verán como de inmediato y sin el más leve pestañeo todas las respuestas, sin apenas excepción, se inclinan a favor de la bellísima, fresca, flamante y cautivadora primavera. Conste que lo digo sin atisbo alguno de ironía, no se confundan y no atribuyan a mis palabras un sentido del que por completo carecen. No, nada más lejos. Muy al contrario, entiendo su éxito a la perfección: luminosa, alegre, aromática, poética, romántica a rabiar… La reina de la fiesta, vaya. Aunque, si vamos a ser sinceros, hemos de reconocer también que tras los larguísimos, grises y lluviosos meses invernales que la preceden, mucho mérito tampoco tiene la cosa ¿no creen? Bien fácil ha de resultarle ejercer su hechizo, su calidez y su dulzura bajo esos espléndidos e inmensos cielos azules, tibias y brillantes tardes de sol y mágicas noches estrelladas sobre los que, poco a poco, la muy pícara ha tejido su leyenda. Continuar leyendo «Daños colaterales»

Eterna condena

 

Lo ha conseguido. Por fin. Dos mitades exactas de una misma pieza. Contempla su obra con cierta pesadumbre mientras se dice que no ha sido aquello venganza sino justicia. Imposible era dejar impune tamaña osadía y única culpable de su desgracia ha sido esta raza vanidosa e imperfecta que desgajada entre sus manos ahora se encuentra. ¡Desafiar a los dioses! ¡Pecado mayor para los hombres no existe! Vagar en busca de su otra mitad, esa que desconcertados ya no encuentran, será para siempre su condena. Tristes naranjas incompletas que, a fuerza de amor, la ofensa a un dios, redimir anhelan. Continuar leyendo «Eterna condena»

Cantos de sirena

 

Una mirada, una sonrisa, un baile, una caricia. Fugaz, remoto, dulcísimo espejismo de un amor que hasta aquellas tierras la condujo. Atrapada para siempre en su leyenda, impasible y resignada, ella oculta su derrota. Y recuerda…  Tal vez, en secreto −ahogado y profundo rumor de sollozos−  su añoranza sueña. Cangrejos y caballitos de mar, algas y olor a sal, arenas blancas, arrecifes de coral, vaivén de olas que vienen y van.

Hasta el fin del mundo marchó su príncipe a buscarla. No importaba la distancia ni los riesgos del camino. Y cuando al fin  la encontró, de una ilusión con pasión se enamoró. Continuar leyendo «Cantos de sirena»

Café amargo

 

Fue mi culpa. Lo reconozco. Quisiera poder decir que la luna llena me embrujó, que el brillo fugaz de una estrella me cegó o que la belleza del amanecer quizás me trastornó… No sé, cualquier cursilería que se les ocurra pero no sería cierto. El error, como siempre, para qué negarlo, fue mío. Sé que no existen los cuentos de hadas, por supuesto, o que al menos ya nunca serán lo que solían pero por alguna extraña razón lo olvido siempre en el momento más inoportuno y no puedo evitar, pese a mi catastrófico currículum sentimental, cierta dosis de romanticismo. Así que, ya ven, aquí estoy. Sola. Otra vez. Petrificada desde hace horas frente a la escueta despedida que, amablemente, en algún momento de la noche, mi príncipe azul dejó junto a la cafetera, antes de salir huyendo de mi lado, con nocturnidad y alevosía, como alma que lleva el diablo, al parecer. «Perdóname» dice la nota, emborronada ahora por una lágrima traidora que, sin permiso y por su cuenta, ha ido a posarse sobre ella. En fin. Luego lloraré un poquito más. Ahora lo primero es detener la hemorragia de este pobre corazón que lo está poniendo todo perdido. Aunque, insisto, fue mi culpa. Lo sé mejor que nadie. Nunca debí decir aquel «te quiero». Continuar leyendo «Café amargo»