La maestra del valle

 

─Buenos días, señorita Sullivan.

─Buenos días, niños ─sonrió la maestra al cantarín saludo de los alumnos. Se acomodó en su pupitre y esperó un instante a que los chiquillos prepararan plumieres y cuadernos─ Muy bien, decidió al fin. Abrid todos el libro de lectura por la página veintisiete. ¿A quién le toca hoy empezar a leer?

Un crío pelirrojo con la cara llena de pecas y aire desenvuelto levantó la mano, se puso luego en pie y, al gesto de su profesora, comenzó en el párrafo indicado:

A las márgenes del río, allí se extienden campos anchos de cebada y de centeno…

Cómo Carla Sullivan había llegado a convertirse en la maestra del valle, era para ella misma un misterio. Dos años atrás hubiera tomado por loco a quien le hubiera predicho aquel futuro pero… allí estaba ahora: perdida en una tierra remota, solitaria y poblada por gentes sencillas que nada sabían de su vida y su pecado. Continuar leyendo «La maestra del valle»

Aprendiz de superhéroe

 

Me chifla volar. Flotar en el aire como una cometa, subir rápido, rápido hacia las nubes o bajar luego muy despacito hasta el suelo… ¡Uf! Alucinante, en serio. ¡Y con el miedo que me han dado siempre las alturas! que si no me agarro enseguida a la mano de mamá y cierro los ojos, me mareo y me salta una cosa rara dentro del estómago que… ¡Si supierais la que lié la primera vez que monté en la noria!

Por eso y porque, vaaale, a lo mejor soy una pizca cobardica, me costó un poco aprender la técnica. Aún no la domino del todo, en realidad. No tengo mucho estilo y en los aterrizajes más de una vez me gano todavía algún coscorrón traicionero. Pero es que no es nada fácil, no creáis, y ser autodidacta tiene sus riesgos. Bueno, del todo, del todo, autodidacta tampoco, no os voy a mentir. El Superhéroes. Manual para principiantes que el verano pasado encontré en el desván de los abuelos me ha ayudado una barbaridad. Estaba entre un montón de libros viejos que la abuela y yo clasificábamos para donar a la biblioteca. Lo guardé pensando en Nico porque, aunque a mí no me gusta nada leer, a mi hermano le encanta y las historias de superhéroes son sus favoritas. Continuar leyendo «Aprendiz de superhéroe»

Efectos secundarios

 

Yo no sé si fue mi culpa. No soy supersticioso pero… no lo sé. Me empeño en hablar de casualidad. Pensar otra cosa sería una locura, me digo luchando contra un eco de mala conciencia atrapado en mi cabeza. Y sin embargo…

Lo cierto es que yo pedí el deseo y luego, bueno, todo el mundo sabe lo que ocurrió luego.

Fue un acto reflejo. Una perseida llenó de luz el firmamento, la súplica mil veces repetida escapó de mis labios y… Continuar leyendo «Efectos secundarios»

El secreto de la casa al pie de la colina

 

Sus últimos inquilinos la creían encantada. Impregnada por una presencia extraña que, en cualquier momento −contarían luego−, sentían al acecho. Algo que los observaba, que se burlaba de sus miedos y no lograban conjurar. Una noche de tormenta, el destello de un relámpago confirmó sus aprensiones y los hizo huir despavoridos. Nunca regresaron y la casa permanecía inhabitada desde entonces, rodeada por un halo de leyenda.

Aquello había sucedido mucho tiempo atrás, tanto que ya nadie en el pueblo recordaba con exactitud lo ocurrido pero el lugar mantenía intacto su misterio y la casa al pie de la colina se desmoronaba lentamente por falta de atenciones. Los propietarios no lograban traspasarla y los carteles de «se vende» desaparecían, poco a poco, tragados por la hiedra. Continuar leyendo «El secreto de la casa al pie de la colina»

La novia del parque

 

Se la llevaron vestida de blanco igual que la encontraron, una rosa marchita en las manos y un velo de gasa cubriendo su rostro. Cada mañana, muy temprano, casi aún de madrugada, cuando Alberto y yo terminábamos el turno y, a nuestro paso, las calles relucían inmaculadas y frescas, la veíamos llegar con sus pasitos de hada. Una figura menuda vestida de novia que a esa hora intempestiva, cuando apenas la luz del alba alumbraba tenuemente la mañana, colocaba con cuidado un pequeño escabel sobre la grava, al borde de un sauce, junto a la verja del parque, se acomodaba muy derecha sobre él y, de inmediato, cuidando siempre de no pisar el césped (¡cuánto significado atrapado en ese gesto!), parecía quedar petrificada. Una estatua humana, misteriosa, inmóvil, frágil. Continuar leyendo «La novia del parque»

Marie

 

El sol se ocultaba tras los tejados de París, un reflejo de luz anaranjada brillaba sobre las azoteas, los árboles del parque se mecían al compás de la brisa y un olor a primavera llenaba el aire de promesas. Parada en la acera, Marie contemplaba el majestuoso edificio que se alzaba ante ella. Miles de mariposas aleteaban en su estómago y un vértigo de libertad le inflamaba el ánimo de alegría. Lo había conseguido. No había sido fácil pero, sí, lo había logrado. La Sorbona. Aquel había sido su sueño desde niña. Un anhelo imposible que abrasaba sus noches de insomnio, que se rebelaba contra la escasez o la miseria y burlaba una absurda prohibición: el incomprensible veto que, años atrás, su Polonia natal había impuesto sobre la educación de las mujeres, una losa que le aplastaba el alma y la hacía llorar lágrimas de rabia. Continuar leyendo «Marie»

El hada de los números

 

¿Es como el de tu madre tu rostro, encantadora niña?

¡Ada! ¡Hija única de mi sangre y de mi corazón!

Lord Byron

Érase una vez una niña nacida de un poema, una princesa sin reino que soñaba volar, una criatura rozada por la magia, dueña del conjuro que un hada sopló sobre su cuna: «el poder de vislumbrar nuevas eras a ti te entrego, pequeña, el don del cálculo, de la abstracción y de la ciencia será tuyo, mas no es este tu tiempo y solo el futuro conocerá tu nombre y sabrá de tu ingenio».

Ada, que así se llamaba nuestra pequeña princesa, creció apartada del mundo. Su padre, el más romántico de los románticos poetas, marchó muy pronto de su lado en busca de aventuras. Nunca regresó aunque tampoco nunca, y prueba de ello dejó en sus versos, la olvidó. El corazón roto de la esposa no pudo, pese a todo, perdonar la traición. Enferma de celos, acunando a la niña entre los brazos, huyó del escándalo, se refugió en la penumbra de las tierras del norte y, de la vida de ambas, borró para siempre la huella del poeta. Continuar leyendo «El hada de los números»

Cosas de la suerte

 

La tarde declinaba perezosa. Una brisa suave aleteaba entre las flores y un destello de luz vestía de grana las hojas de los árboles. Ajeno por completo al espectáculo del crepúsculo, Isaac recorría despacio su jardín, manos a la espalda, cabeza gacha, absorto en sus preocupaciones. Hacía días que algo rondaba su mente: una intuición, un pensamiento que no lograba atrapar, una idea que burlaba su inteligencia y todo su esfuerzo. La acababa de tener ahora mismo a su alcance, susurrándole al oído. La había presentido un instante, había intentado cazarla pero… se le había escurrido entre los dedos. Otra vez. Como siempre.

 Suspiró al fin con resignación asumiendo la derrota, alzó la mirada al cielo y sonrió extasiado ante la belleza de la tarde. Una maraña de colores incendiaba las nubes con su resplandor y un anuncio de otoño llenaba el aire de melancolía. Continuar leyendo «Cosas de la suerte»

Remordimientos

 

No lo vi venir. Las palabras salieron en tromba de mi boca e impactaron sobre ella como un puño. Me arrepentí al instante, por supuesto, soy un caballero y odio el juego sucio pero… tarde; muy muy tarde. Sandra enmudeció de golpe −un escalofrío me caló los huesos y una gota de sudor resbaló por mi nariz desde la frente−,  el color huyó de sus mejillas y un espasmo de asombro la recorrió de pies a cabeza. Pareció luego recobrarse un poco, enarcó las cejas con desprecio y abandonó la habitación como si yo fuera el ser más repulsivo de la tierra. Ese gesto me dolió, lo reconozco, pero, sabiéndome causa de tan penosa situación y lejos de mí disimular el hecho de que hablé con sequedad y decidida intención de herirla, trituré mi orgullo y corrí tras ella. Me hinqué de rodillas a sus pies, le imploré perdón, juré que lo que dije no iba en serio… Nada. Esta mujer no tiene compasión. Lo que les cuento ocurrió hace ya dos días y lo único que, desde entonces, ha salido de su boca ha sido un «torpe gusano sin alma» muy poco amistoso. Continuar leyendo «Remordimientos»