
Hay una sabiduría que es dolor y un dolor que es locura…

Hay una sabiduría que es dolor y un dolor que es locura…

Una mirada, una sonrisa, un baile, una caricia. Fugaz, remoto, dulcísimo espejismo de un amor que hasta aquellas tierras la condujo. Atrapada para siempre en su leyenda, impasible y resignada, ella oculta su derrota. Y recuerda… Tal vez, en secreto −ahogado y profundo rumor de sollozos− su añoranza sueña. Cangrejos y caballitos de mar, algas y olor a sal, arenas blancas, arrecifes de coral, vaivén de olas que vienen y van.
Hasta el fin del mundo marchó su príncipe a buscarla. No importaba la distancia ni los riesgos del camino. Y cuando al fin la encontró, de una ilusión con pasión se enamoró. Continuar leyendo «Cantos de sirena»

Fue mi culpa. Lo reconozco. Quisiera poder decir que la luna llena me embrujó, que el brillo fugaz de una estrella me cegó o que la belleza del amanecer quizás me trastornó… No sé, cualquier cursilería que se les ocurra pero no sería cierto. El error, como siempre, para qué negarlo, fue mío. Sé que no existen los cuentos de hadas, por supuesto, o que al menos ya nunca serán lo que solían pero por alguna extraña razón lo olvido siempre en el momento más inoportuno y no puedo evitar, pese a mi catastrófico currículum sentimental, cierta dosis de romanticismo. Así que, ya ven, aquí estoy. Sola. Otra vez. Petrificada desde hace horas frente a la escueta despedida que, amablemente, en algún momento de la noche, mi príncipe azul dejó junto a la cafetera, antes de salir huyendo de mi lado, con nocturnidad y alevosía, como alma que lleva el diablo, al parecer. «Perdóname» dice la nota, emborronada ahora por una lágrima traidora que, sin permiso y por su cuenta, ha ido a posarse sobre ella. En fin. Luego lloraré un poquito más. Ahora lo primero es detener la hemorragia de este pobre corazón que lo está poniendo todo perdido. Aunque, insisto, fue mi culpa. Lo sé mejor que nadie. Nunca debí decir aquel «te quiero». Continuar leyendo «Café amargo»

Encendió un cigarrillo, aspiró suavemente su perfume y con infinito desconcierto ─cruel traición de unos ojos verdes─ comprendió que moría. Porque sí, en aquel instante, Jaime murió. Nadie lo sabe todavía y es posible que nadie lo descubra jamás. Siempre fue bueno disimulando. No se hallará el arma homicida. No habrá delito ni culpable. Quizá, ni siquiera cadáver. Y, sin embargo, está muerto. Un disparo al corazón. Certero. Inesperado. Brutal. Inmenso agujero en el pecho por el que, veloz, se le fue la vida. «Nunca te quise», dijo con despiadada indiferencia su asesina. Agónico y obstinado su corazón sigue latiendo. Continuar leyendo «Crimen fantasma»

… Y no me diga usted que los libros no constituyen una rareza en sí mismos
«La librería», obra publicada por primera vez en 1978, finalista ese año del premio Booker Prize de novela y especialmente de actualidad estos días a raíz de la adaptación cinematográfica realizada por Isabel Coixet, es una novela breve, íntima, delicada, mucho más compleja de lo que en un primer momento pudiera parecer. Una novela repleta, pese a la pequeña cotidianidad que relata, de profundas reflexiones sobre relaciones personales y sociales; sobre el eterno enfrentamiento entre tradición y modernidad, entre cambio e inmovilismo; sobre el poder del dinero y la presión que determinadas influencias demasiado a menudo ejercen para hacer valer los propios intereses y valores morales; sobre la importancia de la cultura y la inevitable manipulación a que conduce siempre la ignorancia… Todo ello es lo que se esconde tras esa lucha de la protagonista por abrir una librería en un pequeño pueblo de pescadores al Este de Inglaterra y los infinitos obstáculos que en su empeño habrá de encontrar, en que se centra la trama. Continuar leyendo «Fitzgerald, Penélope: La librería»

Aquella tarde todo era gris. Todo era pesado, tedioso, triste. Una luz cenicienta y fría se filtraba a través de los cristales del aula dejando entrever el mundo silencioso y helado que nos aguardaba tras ellos. Había sido un mal día, los niños estábamos cansados y en la clase reinaba un ambiente de descontento e irritabilidad. El maestro hablaba y hablaba sin parar pero hacía ya un buen rato que nadie lo escuchaba. Él lo sabía y, de repente, en medio de una frase que dejó inconclusa, flotando en el aire, calló de golpe. Los alumnos nos removimos inquietos, temerosos de haber agotado su paciencia hasta que al fin, seguro ya de haber captado nuestra atención, sus labios dibujaron una sonrisa sabia y fatigada. «De acuerdo ─dijo─ terminemos por hoy, pero antes de marchar cerrad los ojos un instante y dejad que os cuente un secreto, algo que hasta ahora a nadie revelé, un recuerdo contra el que tiempo y tiempo luché, desesperado por creer que nunca sucedió, que solo fue un sueño de mi ardiente imaginación. Jamás lo conseguí».
Y en estos términos, comenzó su relato: Continuar leyendo «Un cuento gótico»

Habitan la frontera de un sueño. Son los duendes… Pequeñitos, descarados, tan burlones… Susurran travesuras al oído del viento y al amanecer se desvanecen raudos como estrellas fugaces. Así fueron siempre las reglas de la magia. Hasta que embrujado por un sol de fuego que despertaba radiante entre nubes de algodón, un duendecito rezagado rompió el hechizo. Atrapado en el mundo de los hombres creció y olvidó su magia y sólo en sueños, que de inmediato olvida al despertar, logra atravesar por un momento el umbral entre ambos mundos. Un destello de felicidad ilumina entonces su rostro. Polvo de hadas. Alegría en el alma. Ecos de eternidad… Continuar leyendo «Un mundo de sueños»

¿Se puede llegar a ser un genio del arte cuando lo tienes todo en contra…?
Con «Grandes Maestras. Mujeres en el Arte Occidental. Renacimiento-Siglo XIX» continúa Ángeles Caso su anterior volumen «Ellas Mismas. Autorretratos de Pintoras» donde analizaba el papel de la mujer en la historia del arte, su eterna invisibilidad y los motivos por los que durante tantos siglos su obra fue silenciada y condenada al olvido.
En este nuevo ensayo, al margen ya del autorretrato, hace la autora un recorrido más profundo por los temas y géneros que interesaron a las artistas que en él se incluyen (cien pintoras, escultoras y fotógrafas europeas y americanas que realizaron sus trabajos entre los siglos XVI y XIX) y nos introduce así en unas vidas en continua lucha contra los omnipresentes prejuicios que inevitablemente −poco importa la época que les tocara vivir− hubo contra ellas. Siempre a contracorriente, hicieron del arte su profesión y pese a que muchas sí lograron en su momento que su trabajo y su talento alcanzara cierto reconocimiento, fueron sin remedio olvidadas por la historiografía oficial o como mucho relegadas a la condición de artistas menores.
Un libro este, necesario, bellísimo y muy riguroso, ilustrado con 272 obras de unas grandes maestras injusta y, sin duda, inmerecidamente olvidadas.

Recuerdo que te olvidé, murmura la luna culpable y hermosa
Y hace tanto frío…
Recuerdo que te olvidé, clama en la noche el vaivén de las olas
Y es tan inmenso el miedo…
Recuerdo que te olvidé, susurra en el cielo una estrella lejana y llorosa
Y estoy yo tan sola…
Recuerdo que te olvidé, quiebra entre las ruinas el silencio una plegaria
Un mal día, cobarde y cruel, para siempre te olvidé
Llora desde entonces un corazón su herida
Grita su impotencia, su espanto, su amargura
En nadie hallará consuelo
Fantasma invisible de una guerra antigua y olvidada
Incómodo testigo de la traición, de la infamia y la derrota
Trágico protagonista de un cuento eterno, sin alma ni final feliz Continuar leyendo «Culpables de olvido»

… El más puro milagro de la luz: tú contra el alba
Ángel González
Se fijó en ella por primera vez un atardecer nublado de invierno. Una mujer absorta en la lectura junto a la ventanilla del vagón. Ligera como un suspiro. Las luces grises de diciembre se colaban a través del cristal dando a su expresión un aire de melancolía que por alguna razón lo conmovió de un modo extraño. Parecía perdida en un mundo secreto, quién sabe entre qué nostalgias. Se la veía tan frágil, tan desamparada.
A partir de ese día, cada tarde, a la vuelta del trabajo, Mario la buscaba en el andén. Subía tras ella, siempre en el mismo vagón, último tren de la jornada y a distancia y en silencio, cual benéfico ángel guardián, la observaba encandilado disfrutando ese instante precioso en que, abandonada y vulnerable, la tenía para él. Con tremendo desconcierto, alterados alma y corazón, incapaz ya su mente de negar la evidencia, se preguntaba entonces qué era aquello que con tanta fuerza había nacido en su interior y cómo habría sido él capaz de vivir hasta ese momento. Continuar leyendo «Extraños en un tren»