Azul turquesa, verde esmeralda

 

I

Martín despertó al amanecer sobresaltado por el repiqueteo de la lluvia en los cristales y una pesadilla que de inmediato olvidó. Se sentó sobre la cama y, a oscuras, enredado todavía en las extrañas sensaciones del mal sueño, permaneció un instante escuchando la tormenta a la espera de que, poco a poco, se calmaran aquellos golpes de tambor que tan descontrolados retumbaban en su pecho. El día apenas comenzaba a clarear pero seguro de que no podría ya volver a dormir, decidió levantarse. Buscó bajo la cama sus viejas zapatillas, bostezó perezoso, acarició la peluda cabecita de Blacky que, hecho un ovillo, roncaba sobre la alfombra  y se acercó a la ventana. Llovía. Había llovido sin parar casi desde el día en que llegó, a punto estaba ya de cumplirse una semana y todavía se veía el cielo tan encapotado aquella mañana, que por completo abandonó el niño toda esperanza de corretear por los campos, libre y a sus anchas, recorrer sobre su bicicleta como siempre hacía, con paciencia y abnegado espíritu de explorador cada rincón y construir por fin, también como cada verano, su refugio secreto entre los álamos del río. Continuar leyendo «Azul turquesa, verde esmeralda»

En las arenas del Sáhara

 

Un ruido sordo en el motor lo puso sobre aviso. Algo no iba bien. El avión vibraba, se estremecía, se inclinaba a izquierda y derecha sin control. Perdía altura a gran velocidad e iba a estrellarse de un momento a otro. No lograba enderezar el rumbo.

Desabrochó nervioso el cinturón que lo ataba al asiento del aparato, abrió el cristal de la carlinga y saltó al vacío. Cayó despacio sobre un inmenso océano amarillo, sin dunas, sin oasis, sin lugar alguno hacia el que caminar. Estaba preso del desierto, aislado del mundo, abandonado a su suerte.

Un torbellino de arena lo cegó un instante y la melancolía invadió su alma. Cerró los ojos con fuerza y al abrirlos la sorpresa lo dejó sin respiración. Continuar leyendo «En las arenas del Sáhara»

Ana

 

Aún es muy temprano, apenas amanece, cuando harto de dar vueltas y más vueltas en la cama Alfredo decide levantarse. Hoy es su aniversario. Quizá eso lo haya puesto algo nervioso. «¡Qué tontería!», piensa, mientras a oscuras se calza las zapatillas de andar por casa y se acerca a la ventana. Nunca estuvo atento a efemérides ni fechas y ahora de pronto lo emocionan sin motivo: lo toman por sorpresa y al menor descuido lo rompen en llanto. Traiciones de  la edad.

Al otro lado del cristal, la ciudad se despereza: ruge el metro bajo el asfalto, apagan las aceras sus últimas farolas, consuela una madre, tras el tabique de su cuarto, la hambrienta impaciencia de un bebé. Continuar leyendo «Ana»

Abismo

 

El nombre de mi hermana ardía como fuego entre sus labios: «Amalia..», susurraba con premura y ella, lívida como la muerte, acudía en silencio a la llamada. Regresaba luego a la habitación, se acostaba junto a mí y, sin una palabra, fingía dormir. No lo hacía. Lloraba. Daba vueltas en la cama y lloraba el resto de la noche. Una mañana, mientras desayunábamos, papá me miró con sorpresa: «¡pero cuánto has crecido, mi niña!», murmuró bajito, «esta noche jugaré contigo». Mamá clavó sobre mí sus ojos de hielo, Amalia tembló estremecida y yo… yo sonreí nerviosa sin comprender qué sucedía. Continuar leyendo «Abismo»

En blanco

 

Un pequeño texto autobiográfico era el único requisito del concurso. «Nada complicado», pensé y, con un evidente y quizá algo temerario exceso de optimismo, acepté el reto. Desordenadas y vertiginosas, breves fotogramas de una película sin trama ni guión, una secuencia de imágenes perdida hacía mucho entre los pliegues de mi memoria, extraviada por descuido en ese leve espacio que separa alma y corazón, asaltaba de pronto, casi casi a traición, mi mente por sorpresa y de puntillas, a un cruel abismo de añoranza sin remedio la asomaba: días lejanos de escuela; largos, lentos y perezosos veranos; lecturas cómplices o embusteras; noches sin dormir; amigos, viajes, estudios, amores… Alegrías, derrotas, sueños y penas.

Pero pasaba el tiempo, el plazo de entrega −tictac, tictac− corría y ni una sola letra tintaba de negro el blanco de aquella odiosa página a toda hora abierta en la pantalla de mi ordenador: intimidatoria, parpadeante, a la espera. Continuar leyendo «En blanco»

Tiro al blanco

 

Nadie supo nunca qué ocurrió. Un viento gélido y devastador se extendía de repente por el mundo. A su paso: oscuridad, vacío, silencio… también miedo. Calcinaba sin clemencia el sol la tierra, todo era gris y para tanta derrota no hallaban las almas consuelo.

«Escuchamos a lo lejos un disparo», contarían los testigos tiempo después, «¿quién iba a imaginar…?».

Entre ruinas de muerte y desolación parecía de pronto haberse el tiempo detenido en un instante feroz, agónico, eterno. Lloraban su espanto a gritos la magia y la poesía. Un corazón roto, sin fe y sin esperanza, al cielo clamaba su plegaria. Todo lo inundaban fatalismo y abandono.

Ningún rastro quedaba ya de la vida y la belleza de otro tiempo. Cenizas, vegetación muerta, columnas de fuego, destrucción e indiferencia. Tierra yerma, heridas que supuran, que sangran y no cicatrizan. Que jamás lo harán.

Alevoso crimen o fatal accidente poco importa. Irreparable resultó el disparo. Trágica fue la consecuencia. A los pies del cazador yacía muerta una paloma: muy blanca y muy pequeña, inocente, frágil, casi inmaculada. Continuar leyendo «Tiro al blanco»

Un cuento de piratas

 

«¡Al abordajeeeee….!»

La voz del comandante Morgan tronó desde cubierta, áspera, metálica. A su señal, los corsarios de El Venganza se lanzaron al combate. Un estruendo de alaridos y mosquetes resonó sobre las aguas, la espuma del océano se tiñó de sangre y el humo de la pólvora cubrió el rostro de la luna. Tétrica y espectral, la bandera pirata ondeaba en la tiniebla.

Tomados por sorpresa en medio de la noche, los arcabuceros del galeón español disparaban contra el enemigo casi a ciegas, sin orden ni concierto. Su lluvia de proyectiles se perdía entre las olas, intensa pero ineficaz. Continuar leyendo «Un cuento de piratas»

Hijos de David

 

Cada grito de dolor permanece eternamente en la mente de Dios

Anónimo en los muros de Auschwitz

Aferrado a la mano de su esposa, incapaz de mirar atrás, Gabriel luchaba por no quebrarse. Avanzaban despacio, en silencio, enfrascados ambos en idénticos pensamientos. Dos pequeños eslabones en la larga cadena de miedo y derrota que aquellos días acordonaba Toledo. A lo lejos, las campanas de Santa María daban las doce. Un escalofrío, incongruente e impropio de la mañana de verano, recorrió entonces su cuerpo. Aquel tañido grave y solemne había marcado el paso de sus horas desde que tenía memoria y ahora que, sabía, lo escuchaba por última vez quiso anclarlo con detalle y precisión a su nostalgia. Las campanas, el olor de la leña al encender el fuego por las noches, la fragancia del jazmín, los silbidos de las golondrinas en las tardes morosas del verano, la casa de su niñez y sus ancestros… Todo lo perdían y él buscaba en su alma coraje para enfrentar incertidumbre y sufrimiento, para adaptarse y sobrevivir en ese mundo extraño y feroz que les había tocado en suerte.

Ahuyentó de su mente la nube de recuerdos que lo ahogaba y se centró en el camino. Avanzar, no pensar, un paso y otro y otro más. A su lado, Sara lloraba sin ruido. Apretó fuerte su mano. No hallaban sus labios palabras de consuelo. Continuar leyendo «Hijos de David»

Habitación 307

 

Se llamaba Teddy y tenía poderes mágicos. Sólo Víctor lo sabía. Era un secreto y él era realmente bueno guardando secretos, así decía siempre mamá. Por eso no podía contárselo a nadie. Ni siquiera a Celia. Aunque, a veces, cuando ya muy tarde la oía llorar bajito, casi sin ruido, tuviera tantas tantas ganas de hacerlo… Esas noches Víctor se levantaba despacio, arrastraba con cuidado su gotero y sobre el corazón enfermo de la niña dejaba su pequeño osito de peluche. Mágico y poderoso tesoro que, a fuerza de inocencia, burlaba cada día al miedo y al dolor. Continuar leyendo «Habitación 307»