
Hay en los bosques del norte un sendero donde las hadas bailan al llegar la primavera. Llena el ábrego de rumores las encinas, extrañas sombras fugaces atrapan los helechos y un raro embrujo todo lo inunda. Cuentan que en las noches de luna llena elfos y gnomos juegan entre remolinos de amapolas y violetas, espantan con sus travesuras al invierno y, a la luz de las estrellas, al verde del bosque cosen sus fábulas y poemas. Trinan al amanecer tórtolas, vencejos y abubillas; entre flores y espigas revolotean bandadas de mariposas nuevas; aletean sobre el arroyo mil libélulas cantarinas y al detener el vuelo las lechuzas, bajo su peso se quejan las ramas de las acacias viejas. De las profundidades del valle, al borde de aquel recóndito sendero de brezo y agua cada primavera renacido, surge entonces una voz ─«érase una vez…», muy suave y muy bajito apenas murmura─ que de inmediato el viento acalla: «shhh… silencio», desliza con cautela entre sus ráfagas, «aún no desveles el secreto», «shhh….aguarda», «esta noche, ten paciencia», promete impenetrable y misterioso «shhh… confía… esta noche te cuento».









