Cuando muere la magia

 

La literatura es el sentido mágico de la vida

Ana Mª Matute

El bosque aguardaba. Nada rompía su letargo. Verano no dejaba paso a Otoño ni Inverno a Primavera. El tiempo agonizaba, detenido en la espesura. Las estaciones no se sucedían. Ya no trinaban los ruiseñores en sus nidos ni danzaban las ninfas sobre las aguas del río. Las hadas destejían hilo a hilo sus hechizos, lágrimas de luna lloraban las luciérnagas y el sueño intempestivo de los trasgos boicoteaba sus diabluras sin quererlo. «Érase una vez…», murmuraba el viento entre los álamos. Pero los hombres habían olvidado la magia del conjuro y, abandonado y solitario, moría de tristeza el bosque encantado. Continuar leyendo «Cuando muere la magia»

El rey de la selva

 

¡Ay madre! ¡Buena la hice! ¡Si es que no se puede ser tan impulsivo! Pero la puerta estaba abierta, el vigilante brillaba por su ausencia y yo… Me aburría tanto en la jaula que no lo dudé, no fui capaz de resistir la tentación. Solo iba a ser una vueltecita, ¿qué había de malo?. Un paseo rápido, curiosear un poco y de nuevo en casa a la hora de la cena. Tan contento, todo en su sitio y nadie enterado de mi pequeña travesura. Lo que no podía imaginar es que el mundo exterior me fuera a cautivar de esta manera, que fuera tan inmenso y tan divertido. Deslumbrado me tiene. Y, sí, reconozco que la excursión se me ha ido un poquito de las manos. O de las garras, debería decir mejor. Y es que lo estaba pasando tan bien que he perdido completamente la noción del tiempo y el sentido de la orientación. Cosa no tan extraña, por otro lado, si pensamos que hasta ahora mi mundo se había limitado siempre a la desangelada carpa donde actúo, a fieros domadores con pretensión de gladiadores y majorettes de sonrisa postiza y ademanes de corista. Pero ya digo que soy impulsivo y pensar, lo que se dice pensar, no pienso mucho las cosas, la verdad. En fin, que cuando me he querido dar cuenta estaba perdido, hambriento y llorando mi inconsciencia en una acera. Detalle este en particular que me avergüenza terriblemente y del que no sé si mi orgullo herido se repondrá alguna vez pero que, si vamos a ser sinceros, debo reconocer sin paliativos. Para colmo de infortunios cuando, al oír la sirena de ese camión de bomberos detenido ahora frente a mí, he logrado levantar la mirada del suelo lo que he entrevisto a través de dos gruesos lagrimones me ha espantado de tal modo que todas las mechas de mi esponjosísima melena han comenzado a temblar descontroladas. Porque tampoco es que yo sea muy intuitivo y hasta es posible que a estas alturas ya me esté volviendo ─quizás─ una pizca paranoico pero tengo la impresión de que toda esta gente que comienza a rodearme muy buenas intenciones no tiene… Continuar leyendo «El rey de la selva»

Impostor

 

Medianoche. Oscuridad y silencio. Calla el mundo. Comienza mi tiempo. Tras el lúgubre tañido de las campanas, eco extraño y sobrenatural que la madrugada quiebra, mis restos al mundo de nuevo regresan. Errante y espectral, confundido entre la espesa niebla que por doquier en torno a mí se extiende, revelo con cautela mi presencia entre los vivos.

Con infinito esmero, días, semanas, meses enteros, preparé mi aparición. Al cabo ahora el tiempo se cumplió y fue esta noche doliente y tenebrosa la elegida como testigo de mi momento estelar. Nada quedará al descuido. Exitosa sin duda resultará la misión. Y yo mismo, llegada la hora, de ello daré fe.

Sé bien la incomprensión y el pavor que mi labor despierta, mas no hay motivo que me obligue a excusarme. Cumplo a conciencia un deber al que ⸺no importa la causa⸺ juré lealtad en un tiempo antiguo, anclado sin remedio a mi memoria. Continuar leyendo «Impostor»

El paje del camino

 

Caía la noche y comenzaba a nevar cuando el peregrino divisó Compostela. Detenido frente a ella ─mentón sobre el cayado, melancolía en la mirada─ contempló un instante la ciudad. Los copos pintaban de blanco el paisaje, el viento azotaba los helechos y, a lo lejos, un familiar repique de campanas consolaba su espíritu. La silueta de la catedral, sobrecogedora en su inmensidad y su belleza, le daba la bienvenida.

Había llegado a las puertas de Santiago tantas veces…

Jamás, sin embargo, traspasaba su umbral.

Desde la distancia musitaba con fervor una oración, trazaba una señal de la cruz sobre su frente y empezaba enseguida a desandar lo recorrido.

Algo le impedía culminar el Camino. Continuar leyendo «El paje del camino»

Jaque al olvido

 

La Fundación Pasqual Maragall flamante ganadora del Nobel de Medicina 2032. Otorgado al conjunto de investigadores del centro a título colectivo, el premio reconoce la relevancia de sus hallazgos en la lucha contra la enfermedad de Alzhéimer. El desarrollo de un fármaco capaz de frenar el avance del mal en fases incipientes y revertir parcialmente sus efectos en estadíos avanzados, abre una puerta a la esperanza que anticipa el fin de la llamada pandemia del olvido. El envejecimiento de la población europea junto al notable incremento de la esperanza de vida en esta parte del mundo ha disparado exponencialmente en los últimos años las cifras de afectados por la enfermedad. De ahí la enorme importancia del éxito de los ensayos clínicos realizados, punto de partida ─en palabras del jurado─ de una cura de valor incalculable que la comunidad científica vislumbra ahora próxima y factible.  Continuar leyendo «Jaque al olvido»

Muerte en el lago

 

«Ramón Hernández, detective privado». La placa en la puerta de mi despacho pendía descolgada de uno de sus goznes. Apenas la colocaba en una posición aceptable aquella maldita volvía a derrumbarse así que, harto de intentarlo, claudiqué y renuncié a enderezarla. No era buena carta de presentación, lo reconozco, pero qué gran metáfora de mi situación en ese tiempo. La agencia agonizaba. Mis fantasías novelescas se daban de bruces contra la realidad y mi mueca a lo Humphrey Bogart perdía intensidad a fuerza de no usarla. Solo algún trabajillo de poca monta nos mantenía aún a flote pero las deudas se acumulaban y Roberta, mi leal secretaria, perdía ya la cuenta de los sueldos incobrados.

Por eso el encargo de Miranda Santos resultó tan providencial. Un día sus nudillos golpearon aquella puerta calamitosa que delataba mi naufragio y, tras un instante de duda, cruzó el umbral, se llevó la mano al cabello con gesto indolente para apartar un mechón que le caía sobre el rostro y sin tomar asiento, de pie frente al ventanal de mi despacho, comenzó su historia. Continuar leyendo «Muerte en el lago»

Efectos secundarios de una visita inoportuna

 

Doña Angustias trasteaba en la cocina cuando el inspector Gálvez llamó a su puerta aquella mañana.

─Pase, hijo, pase, lo invitó la anciana pasillo arriba.

Con semblante serio y gesto reticente, la observó un instante enfrascada en su labor: un cazo de leche al fuego, un azucarero a medio llenar, un paquete recién abierto de bizcochos.

─¡Pero qué dice, hombre! ─interrumpió ella su amago de disculpa─ ¡Cómo va a ser usted una molestia! Al contrario, si tengo siempre tan poca compañía…

Acercó una silla y le sirvió un café. Continuar leyendo «Efectos secundarios de una visita inoportuna»

Malditas canciones de amor

 

«No llores; por favor, no llores ─suplicaba Whitney Houston entre el ruido del atasco y el rumor de la lluvia en el cristal─, yo siempre te amaré…»

Los acordes de la vieja canción la tomaron por sorpresa.

«Por favor, no llores…»

Un pedazo de mundo olvidado se abrió de nuevo bajo sus pies y una banderilla de tristeza astilló su corazón.

«Yo no soy lo que tú necesitas…»

 Los recuerdos volvían en tropel. El pasado vertía al instante su veneno y… tras el volante de su coche, una mujer se hacía trizas en secreto. Continuar leyendo «Malditas canciones de amor»

En un lugar de la Mancha

 

Anochece sobre los campos de Montiel, las sombras tiñen el bosque de penumbra, la luna llena despunta desolada y fría. A lo lejos, casi al final del camino, el viento azota con furia las aspas de los molinos que entre la niebla por momentos se divisan. Hace mucho que nadie los visita. Pesa sobre ellos una maldición: una leyenda antigua de encantamientos y hechicerías que, de tanto en tanto, revive en el relato de algún caminante curioso; de algún peregrino incauto ahuyentado de inmediato del lugar por los gritos del viejo loco que guarda sus puertas. Solo él conoce el secreto que tras ellas se oculta y, cansado ya de vagar por el mundo, triste y derrotado en mil batallas, a protegerlo ha decido consagrar sus últimas fuerzas.

  El tacto frágil de una manita entre las suyas saca al viejo de sus ensoñaciones. Sonríe con dulzura y, tras recostar sus huesos maltrechos sobre la encina fiel que cada noche vela su guardia junto al arroyo, acurruca a la niña entre sus brazos. La más pequeña del grupo de expatriados que el azar puso un día en su camino. Supervivientes doloridos de un naufragio de sueños imposibles, resguardados ahora del desamparo y el frío del invierno en este lugar perdido de la Mancha.

Refugiada en su abrazo la niña duerme tranquila. Tal vez sueña. Desde el primer instante fue su favorita. Su nombre es Dulcinea.

 

 

 

«Las lecturas del abu» (versión dramatizada)
Relato publicado en el nº 4 de la revista de El Tintero  de Oro «El club de la microficción»  (junio 2022)

Una bufanda de colores

 

Había comenzado a nevar, los copos pintaban las calles de blanco, el aire olía a Navidad. Asomada a la ventana, Clara luchaba por no sucumbir a la nostalgia. La Navidad había sido siempre su época favorita del año, un pequeño milagro que incendiaba de magia el invierno. Pero ahora… Ahora le parecía una celebración hueca y gastada. Las guirnaldas de colores, el falso entusiasmo de las fiestas, la engañosa amabilidad de los centros comerciales, habían usurpado su esencia. La habían convertido en un tiempo sin alma donde nada era ya como debía.

Quizá no estuviera siendo justa ─se dijo, con un nudo de culpa atravesado en la garganta─, quizá solo ocurría que la edad marchitaba el ensueño, que la ilusión se desvanecía a golpes de vida y el dolor asomaba las garras. Pero ese atardecer, mientras las luces de las casas comenzaban a encenderse, ella sentía que el mundo era un lugar triste y oscuro, huérfano de compasión, enfermo de soberbia. Continuar leyendo «Una bufanda de colores»