La novia del parque

 

Se la llevaron vestida de blanco igual que la encontraron, una rosa marchita en las manos y un velo de gasa cubriendo su rostro. Cada mañana, muy temprano, casi aún de madrugada, cuando Alberto y yo terminábamos el turno y, a nuestro paso, las calles relucían inmaculadas y frescas, la veíamos llegar con sus pasitos de hada. Una figura menuda vestida de novia que a esa hora intempestiva, cuando apenas la luz del alba alumbraba tenuemente la mañana, colocaba con cuidado un pequeño escabel sobre la grava, al borde de un sauce, junto a la verja del parque, se acomodaba muy derecha sobre él y, de inmediato, cuidando siempre de no pisar el césped (¡cuánto significado atrapado en ese gesto!), parecía quedar petrificada. Una estatua humana, misteriosa, inmóvil, frágil. Continuar leyendo «La novia del parque»

Marie

 

El sol se ocultaba tras los tejados de París, un reflejo de luz anaranjada brillaba sobre las azoteas, los árboles del parque se mecían al compás de la brisa y un olor a primavera llenaba el aire de promesas. Parada en la acera, Marie contemplaba el majestuoso edificio que se alzaba ante ella. Miles de mariposas aleteaban en su estómago y un vértigo de libertad le inflamaba el ánimo de alegría. Lo había conseguido. No había sido fácil pero, sí, lo había logrado. La Sorbona. Aquel había sido su sueño desde niña. Un anhelo imposible que abrasaba sus noches de insomnio, que se rebelaba contra la escasez o la miseria y burlaba una absurda prohibición: el incomprensible veto que, años atrás, su Polonia natal había impuesto sobre la educación de las mujeres, una losa que le aplastaba el alma y la hacía llorar lágrimas de rabia. Continuar leyendo «Marie»

El hada de los números

 

¿Es como el de tu madre tu rostro, encantadora niña?

¡Ada! ¡Hija única de mi sangre y de mi corazón!

Lord Byron

Érase una vez una niña nacida de un poema, una princesa sin reino que soñaba volar, una criatura rozada por la magia, dueña del conjuro que un hada sopló sobre su cuna: «el poder de vislumbrar nuevas eras a ti te entrego, pequeña, el don del cálculo, de la abstracción y de la ciencia será tuyo, mas no es este tu tiempo y solo el futuro conocerá tu nombre y sabrá de tu ingenio».

Ada, que así se llamaba nuestra pequeña princesa, creció apartada del mundo. Su padre, el más romántico de los románticos poetas, marchó muy pronto de su lado en busca de aventuras. Nunca regresó aunque tampoco nunca, y prueba de ello dejó en sus versos, la olvidó. El corazón roto de la esposa no pudo, pese a todo, perdonar la traición. Enferma de celos, acunando a la niña entre los brazos, huyó del escándalo, se refugió en la penumbra de las tierras del norte y, de la vida de ambas, borró para siempre la huella del poeta. Continuar leyendo «El hada de los números»

Cosas de la suerte

 

La tarde declinaba perezosa. Una brisa suave aleteaba entre las flores y un destello de luz vestía de grana las hojas de los árboles. Ajeno por completo al espectáculo del crepúsculo, Isaac recorría despacio su jardín, manos a la espalda, cabeza gacha, absorto en sus preocupaciones. Hacía días que algo rondaba su mente: una intuición, un pensamiento que no lograba atrapar, una idea que burlaba su inteligencia y todo su esfuerzo. La acababa de tener ahora mismo a su alcance, susurrándole al oído. La había presentido un instante, había intentado cazarla pero… se le había escurrido entre los dedos. Otra vez. Como siempre.

 Suspiró al fin con resignación asumiendo la derrota, alzó la mirada al cielo y sonrió extasiado ante la belleza de la tarde. Una maraña de colores incendiaba las nubes con su resplandor y un anuncio de otoño llenaba el aire de melancolía. Continuar leyendo «Cosas de la suerte»

Remordimientos

 

No lo vi venir. Las palabras salieron en tromba de mi boca e impactaron sobre ella como un puño. Me arrepentí al instante, por supuesto, soy un caballero y odio el juego sucio pero… tarde; muy muy tarde. Sandra enmudeció de golpe −un escalofrío me caló los huesos y una gota de sudor resbaló por mi nariz desde la frente−,  el color huyó de sus mejillas y un espasmo de asombro la recorrió de pies a cabeza. Pareció luego recobrarse un poco, enarcó las cejas con desprecio y abandonó la habitación como si yo fuera el ser más repulsivo de la tierra. Ese gesto me dolió, lo reconozco, pero, sabiéndome causa de tan penosa situación y lejos de mí disimular el hecho de que hablé con sequedad y decidida intención de herirla, trituré mi orgullo y corrí tras ella. Me hinqué de rodillas a sus pies, le imploré perdón, juré que lo que dije no iba en serio… Nada. Esta mujer no tiene compasión. Lo que les cuento ocurrió hace ya dos días y lo único que, desde entonces, ha salido de su boca ha sido un «torpe gusano sin alma» muy poco amistoso. Continuar leyendo «Remordimientos»

Arte en miniatura

 

Un destello de luz en los cristales la despertó de golpe. Se protegió los ojos con la mano, ahogó un bostezo perezoso en la garganta y saltó de la cama. Aún era muy temprano pero a ella le gustaba madrugar. Aspirar el aire limpio del amanecer, sorprender los colores del alba entre las nubes, ver tintarse poco a poco el cielo de escarlata… No había mejor modo de empezar el día.

 Se detuvo un instante frente a la ventana, borró de su expresión el rastro insomne de la noche y salió de la habitación sin hacer ruido. La celebración de la víspera había sido larga y Bartolomé aún dormía. Lo dejaría descansar un poco más, decidió, mientras, con un tazón de chocolate caliente y un buen pedazo de pastel entre las manos, marchaba a encerrarse en el estudio. Continuar leyendo «Arte en miniatura»

Condescendencia

 

Querido diario, hoy hemos aprendido una palabra nueva en clase de lengua. «Condescendencia». Qué rara, ¿verdad? Dice la seño que, a veces, una misma palabra sirve para expresar dos cosas distintas y ha elegido esta como ejemplo. Condescendencia, nos ha explicado, es el término que define la voluntad de una persona para comprender y adaptarse a los sentimientos de otra pero también puede significar una actitud de superioridad hacia esa otra persona, una especie de amabilidad forzada o de humillación sutil (sutil es otra palabra que aprendimos hace poco y me gusta tanto como suena que ya está en mi lista de favoritas). Ella dice que, a lo mejor, es algo complicado de entender porque depende de cómo se interpreten las cosas pero a mí no me ha costado nada, la verdad. Me he callado para no parecer presumida pero lo he pillado a la primera. Condescendencia es esa sensación pegajosa que flota en el aire cuando alguien endulza la voz al hablarme o me pone gesto de pena (no lo veo pero lo adivino enseguida; tengo mucha práctica con eso). Es también la sorpresa y la risita nerviosa que sueltan algunos mayores cuando les digo que voy a ser astronauta. «¡Una niña ciega astronauta!», seguro que piensan. ¡Qué tontos! No saben lo lista que soy y cómo me gustan las matemáticas. Papá dice siempre que no hay meta inalcanzable, es muuuy pesado con esto. Y aún no sé cómo pero sé que seré astronauta. La mejor de la galaxia. Continuar leyendo «Condescendencia»

Feliz Navidad

 

Faltaban dos días para Navidad y Berta aún no había escrito su carta. Ya era una niña grande y conocía el secreto de Papá Noel. Lo había descubierto por casualidad y todo había sido culpa de Guille. Un año atrás, la tarde que estaban decorando el árbol, su hermano se empeñó en jugar al escondite y, aunque a ella no le apetecía  nada, el crío se puso tan pesado que, antes de darse cuenta, habían abandonado los adornos sobre el suelo y se había encontrado metida dentro de un armario atiborrado de juguetes.

 Al principio no lo entendió. ¿Qué era aquello? ¿Qué hacían todos esos regalos escondidos tras los abrigos de mamá? ¿Quién los había llevado hasta allí? Salió de su escondrijo sin hacer ruido, sorprendida y algo asustada; cerró la puerta del armario con cuidado y, junto al montón de dudas que rugía en su cabeza, se metió  bajo la cama a esperar a que el niño la encontrara. Continuar leyendo «Feliz Navidad»

Autorretrato

 

Alguien más listo o más valiente dejaría de beber. Tengo un problema con el alcohol, no lo niego, pero me aterra sufrir. Por eso bebo. Para  eludir la desesperación.

El Edelweis’ Club es mi refugio. El escondite donde guardo el desconsuelo. Su indolencia canalla, la complicidad sigilosa del barman, ese aire entre lánguido y decadente con que ganó una fama discreta, me abisma poco a poco en el ensueño y me rescata del dolor. Continuar leyendo «Autorretrato»

Leonora

 

No tuve tiempo de ser la musa de nadie. Estaba demasiado ocupada rebelándome contra mi familia y aprendiendo a ser una artista.

Leonora Carrington

«Nanny, nanny, ¿dónde estás? Nanny, ¡no me dejes sola! ¡Nannyyy…!»

 La angustia escapó de su garganta en un grito herido que la impulsó con fuerza hacia la realidad. Despertó desorientada, empapada en llanto y con el corazón encogido. Temblaba, apenas podía respirar y una expresión extraña retorcía sus facciones. Las pesadillas torturaban, inclementes, sus sueños, aumentaban la confusión de su cabeza y −crueles emisarias del pasado− la devolvían cada noche a sus peores miedos de infancia.

Se incorporó sobre la cama, secó de un manotazo las lágrimas que corrían por su rostro y trató de serenarse. «No ha sido más que un sueño, Leonora, tranquilízate», musitó con valentía. Sus visiones siempre habían sido aterradoras. Solo su nana cuando niña y luego la pintura exorcizaban sus demonios pero ahora… Hacía ya tantos años que no podía pintar… El pincel tiritaba entre sus manos, sus ojos desdibujaban colores y formas, la mente se le enredaba en la nostalgia y su cuerpo entero traicionaba una pasión. Continuar leyendo «Leonora»