
Cuando le conocí, Cosme era un ser afortunado. El hombre con más suerte del mundo, solía decir. Papá de dos niños a los que adoraba, enamorado como nunca de su mujer, dueño de una casa con chucho y jardín. De anuncio, vaya. Así era su vida. Días apacibles, rutinarios, empalagosos hasta el hartazgo. Más feliz que una perdiz. Siempre. ¿Podéis creerlo? En fin. Aquello era algo insoportable y yo no logré resistirlo. Tampoco puse mucho empeño, debo admitir. Y quizá fuera un pelín impulsiva, no digo que no, pero….
Tropezar con esa criatura infame un día sí y otro también me desquiciaba. Aquella absurda cortesía, su impecable gentileza, la sonrisa amable que curvaba sus labios a la menor oportunidad. ¡Agh! Su sola presencia me ponía enferma. Así que, ¿qué os voy a decir? No fue mi culpa. Lo que sucedió fue lo inevitable. Una no puede reprimir siempre sus instintos, ¿no es cierto? Estaba en mi naturaleza. ¡Y todo resultó tan fácil! Un soplido suave, un conjuro impronunciable y listo. Ahora vive divorciado ─¡pobre diablo!─, peleando por la custodia de los críos, entre juicios y abogados. Un alma solitaria ganada por las sombras. No es por presumir pero la verdad es que soy muy buena en mi trabajo. Genial, en realidad. ¿Perversa, decís? Sí, lo reconozco. Pero, ¿qué esperábais? Todo el mundo sabe que las brujas no tenemos corazón. Continuar leyendo «Maleficio»









